viernes, 4 de noviembre de 2016

Manuel Sánchez Ruiz

Poemas



¿Recordás cómo los empleados
peleaban frenéticos
por marcar nuestros boletos de autobús?
Nadie quería perderse
la oportunidad de rozar
tal vez en un descuido
tus manos pulidas,
pero era a mí
a quien esas manos sostenían.
ahora todos me preguntan
por qué me entusiasma tanto
volver a Italia
y pienso en los empleados
en vos cuando decís esas cosas
que no entiendo
y en cómo hacer para explicarles
que sólo pienso en salpicarnos
uno al otro en las aguas del Tíber
o en pasear abrazados por la Via Torino.
¿cómo hago para explicarles
que no es necesario volar a Italia
para ver tus ojos de mármol
apoyados sobre paños azules
en un rincón de la Gallería Borghese?
¿cómo hago para explicarles, entonces
que un nuevo viaje a Roma
me lleva directo a esos brazos de emperador
y a ese sueño que tengo a veces
de atravesar el ejército de tus palabras
para poder al fin
ablandar el mármol?


*

Suenan las bombas y llamo a Italia
le pregunto si está bien, se entrecorta.
hace una pausa y el silencio suena
como un timbre ensordecedor
o una máquina que se descompone
en la parte superior de mi oído. sí, -dice
los atentados fueron en Francia.
pienso en ese mecanismo que logra
de vez en cuando
que las palabras suenen distantes
en cómo tuerce el tono de la voz
hasta lograr un canal encriptado
un pasillo angosto lleno de humo
en donde las palabras se pierden
en una cuenta regresiva.
digo que escuché un estruendo
pequeños estallidos como verdades
una granada de tiempo con la forma
expansiva de una incomodidad
mis músculos se tensan, señal de alarma.
desde una habitación en Gianicolo
habla conmigo como si el planeta
y todo lo que orbita a su alrededor
estuviera realmente en orden
sus ojos se desvían en la pantalla
la luz naranja de la tarde
prende su voz y de nuevo
señal de alarma.
en unos días comienza el Jubileo
miles de peregrinos viajarán a Roma
y el mundo teme un nuevo ataque.
cuando le pido que abandone la ciudad
cuando le pido que se salve, ríe
porque eso no es posible, ríe porque exagero
y porque no alcanza mi señal de alarma
para movilizarlo. Ríe porque esta mañana
hace un año frente al Palazzo Corsini
me habló de su pasión por los países árabes
dijo cómo en sueños moría en Amman
mientras yo, al poner una mano sobre su hombro
me extinguía en Roma, en silencio
sin ninguna señal de alarma.

*

Hoy volví a caminar por la via Torino
giré a la izquierda y me perdí
entre las cúpulas restauradas de las iglesias
sumergí los pies en la luz purísima
que brillaba sobre el Palazzo Barberini
y te esperé
por horas pude ver cómo el agua torcía
las agujas del reloj y las gaviotas
que sobrevolaban las calles
se posaron a esperar junto a mí
al final, de mis dedos brotaron plumas
y yo también fui una gaviota blanca
con el pico encendido como los faroles
sumergí la cabeza en el agua del río
me quedé ciego y pude ver
el reverso de las cosas.
¿dónde estaban tus manos pulidas
esta tarde, cuando no llegaste?
¿de dónde sale toda esta luz
que calienta mi espalda?
cansado de esperar caminé
hasta el banco sombrío de una iglesia
y durante horas fui testigo
del éxtasis de Santa Teresa
la imaginé retorcerse gozosa
y pude sentir cada pliegue
de su capa de mármol sobre mí
como el peso insoportable del placer
que me invade sin reparos cuando me pregunto
si serás vos, acaso
el que me perfore con la flecha dorada.

*

Me gusta hacer de cuenta
que mi campera es en verdad
una capa de marinero
me gusta mi bufanda
enrollada tres veces
alrededor de mi cuello
para frenar la dureza
de los vientos oceánicos

me gusta la idea de deslizarme
por la ciudad de Ámsterdam
como un ofidio que repta
desde el cuarto donde vivo
hasta la puerta de tu casa
giro entonces hacia el este
y casi sin darme cuenta
subo al tranvía y dejo atrás
el palacete de la estación central

cuando al fin me detengo
la ciudad enseña temerosa
su último canal
un pasaje oculto que se abre
alejado de las luces rojas
donde no atracan los barcos
ni pasean los turistas
pero anidan, en cambio
las aves mansas

la tarde termina sin reparos
al mismo tiempo en que
dichoso dejo caer
mi capa
mi bufanda prolongada
y sumerjo mi cuerpo
en el agua torrentosa
para nadar hacia tus brazos tersos
que bajo la luz de la noche
calman las olas que me golpean
y también las que me demoran.

Manuel Sánchez Ruiz



Manuel Sánchez Ruiz nació en Capital Federal en diciembre de 1989. Actualmente vive en Olivos, Provincia de Buenos Aires. Es psicólogo y se dedica al psicoanálisis. Desde 2015 asiste al taller de poesía a cargo de Osvaldo Bossi, y en el mismo año participó de la antología “El Rayo Verde”.









lunes, 31 de octubre de 2016

Celina Feuerstein

 Entre el calor y el brillo



Ella dijo: Me gusta pensar que cuando escribo, amo.
Yo siento en el cuerpo que las letras crecen
y llenan de sonidos
lo que queda de luz
la sombra blanca del día y la negrura
apenas insinuada
de la noche.
A veces llueve y el viento arrastra los poemas
como aves rapaces y alaridos
de brujas volando en sus escobas,
enamoradas
¿ Estarán llorando?
Yo, cuando hago el amor, lloro.
Hechizada me convierto en otros pies
en otras manos y otra lengua que
habla entre mis dientes
familiar y extranjera
recitando versos en la pequeña muerte
del sexo.


***


¿Papá mamá puedo sacar
lo que guardaban
y esparcirlo
que circule que ruede y que
otras manos
acaricien
su materia su forma
hasta volverlas nuevas?
¿Puedo mamá papá
regalar olores
expandirlos por el planeta
y más allá
de la atmósfera
que floten sin gravedad
como recuerdos sin cuerpo
como globos que se fueron?
¿Me permiten
llenar el universo entero
de sus tesoros
y que confundan a los astros
los aviones y platos voladores
los pájaros?
Quiero desparramar cubrir
cada molécula del mundo
con zapatos
ropas viejas
vestir al aire incendiar la noche
y dormir ahí
entre  el calor
y el brillo.



Un salmo dijo Os

y yo que pido
yo que siempre pido
escribo ahora
autorizada
y ruego
en voz alta
a quien escuche mi plegaria
a los ojos que alojen
la luz del mundo

un brillo

un reflejo donde vuelva
la belleza desprendida
de los días
en hojas de otoño
en gotas de rocío
iluminando

las risas de mi madre
los cantos de mi padre

¡tambores!
¡trompetas!
la marcha de la vida
que no cesa

Pido
salvarme del silencio
de olvidar las voces

y clemencia

a quien sea que tenga el poder
de impartirla
si las voces callan
si olvido.


Celina Feuerstein


Celina Feuerstein nació en Buenos Aires. Estudió psicología en la UBA, y trabaja como psicoanalista. Cuando le preguntan por la poesía, dice: “Desde que tengo recuerdos jugaba con las palabras, escribía poemas en cuadernos y libretitas. Ahí empezó el viaje, la travesía por el maravilloso mundo de la poesía”. Es en este viaje que conoce a Osvaldo Bossi. Asiste a su taller en forma individual y grupal. Participó en la Antología del Rayo Verde 2015 y prepara un libro: “El brillo de los días”, del que forman parte estos poemas inéditos.




viernes, 28 de octubre de 2016

Patricio Foglia

Volver al futuro



Una vieja canción del lugar de donde vengo

Con el tiempo fue cambiando
lo que más me gusta
de la mejor película de mi infancia:
la fascinación por la patineta voladora
fue total y absoluta en su momento
pero después
me enganché más
con la historia de los padres de Mc Fly
con el baile de egresados y Marty
inventando el rock and roll

Esta es una vieja canción
del lugar de donde vengo

Después, aparecieron más detalles
matices, revelaciones,
pequeñas sutilezas.  Una vez leí
que la Avenida del Delorean
conduce siempre a un cine
que está en su esplendor
en los cincuenta
y que pasa pelis porno
treinta años más tarde.

Hace poco
vi la película de nuevo
y como nunca, esta vez
lo que más me impactó
fue la foto de la familia Mc Fly
porque pensé
en mi propia familia,
en mamá, en papá y en mí,
y pensé ¿quién sostiene hoy
en sus manos un portaretratos?
¿Todavía habrá gente como yo,
que mira esta película
un sábado a la tarde,
por un canal de aire?

Lo que hoy más me gusta
de Volver al futuro
es esa foto
en donde uno a uno
todos los personajes se van desvaneciendo.



Volví a caminar por la facultad
después de más de diez años
y descubrí que ya no están los carteles
de todos los colores,
el pequeño Hong Kong de peronistas,
trotskistas, humanistas, radicales,
ya no están
los andamios y las vigas, como frutos
a punto de caerse
y ya no es posible posar la mano
para sentir cómo laten las paredes,
la clase obrera no viajo al paraíso
no bajó del cielo
nuestra Evita montonera,
Sabrina va a ser mamá, Jésica
es secretaría de una vice-ministra
y a lo lejos
casi no escuchan los megáfonos,
las consignas y canciones,
nuestra alegría de zapatillas
saltando sobre el asfalto
pero, ¿qué fue lo que pasó?
¿en qué momento
nos subimos a este micro?
No hubo ningún accidente
no ocurrió ninguna catástrofe
y ahora escucho
con toda claridad
el sonido templado de los frenos:
Caronte anuncia
que todos los pasajeros deben descender
y yo no sé
a dónde fueron a parar
nuestros graffitis y aerosoles
folletines y pancartas
y qué fría que es
la luz de esta tarde
mientras una parte de mí
se pierde para siempre.

Patricio Foglia


Patricio Foglia nació en 1985 en Lugano, Buenos Aires. Pubilcó: Temperley, Lugano 1 y 2 y La escafandra. Co-antologó Los fuegos de Orc, antología de poesía y ciencia ficción. 







Patricio Foglia

Volver al futuro




Una vieja canción del lugar de donde vengo

Con el tiempo fue cambiando
lo que más me gusta
de la mejor película de mi infancia:
la fascinación por la patineta voladora
fue total y absoluta en su momento
pero después
me enganché más
con la historia de los padres de Mc Fly
con el baile de egresados y Marty
inventando el rock and roll

Esta es una vieja canción
del lugar de donde vengo

Después, aparecieron más detalles
matices, revelaciones,
pequeñas sutilezas.  Una vez leí
que la Avenida del Delorean
conduce siempre a un cine
que está en su esplendor
en los cincuenta
y que pasa pelis porno
treinta años más tarde.

Hace poco
vi la película de nuevo
y como nunca, esta vez
lo que más me impactó
fue la foto de la familia Mc Fly
porque pensé
en mi propia familia,
en mamá, en papá y en mí,
y pensé ¿quién sostiene hoy
en sus manos un portaretratos?
¿Todavía habrá gente como yo,
que mira esta película
un sábado a la tarde,
por un canal de aire?

Lo que hoy más me gusta
de Volver al futuro
es esa foto
en donde uno a uno
todos los personajes se van desvaneciendo.


Volví a caminar por la facultad
después de más de diez años
y descubrí que ya no están los carteles
de todos los colores,
el pequeño Hong Kong de peronistas,
trotskistas, humanistas, radicales,
ya no están
los andamios y las vigas, como frutos
a punto de caerse
y ya no es posible posar la mano
para sentir cómo laten las paredes,
la clase obrera no viajo al paraíso
no bajó del cielo
nuestra Evita montonera,
Sabrina va a ser mamá, Jésica
es secretaría de una vice-ministra
y a lo lejos
casi no escuchan los megáfonos,
las consignas y canciones,
nuestra alegría de zapatillas
saltando sobre el asfalto
pero, ¿qué fue lo que pasó?
¿en qué momento
nos subimos a este micro?
No hubo ningún accidente
no ocurrió ninguna catástrofe
y ahora escucho
con toda claridad
el sonido templado de los frenos:
Caronte anuncia
que todos los pasajeros deben descender
y yo no sé
a dónde fueron a parar
nuestros graffitis y aerosoles
folletines y pancartas
y qué fría que es
la luz de esta tarde
mientras una parte de mí
se pierde para siempre.

Patricio Foglia


Patricio Foglia nació en 1985 en Lugano, Buenos Aires. Pubilcó: Temperley, Lugano 1 y 2 y La escafandra. Co-antologó Los fuegos de Orc, antología de poesía y ciencia ficción. 







martes, 25 de octubre de 2016

IVANA ROMERO: Chicos que aman otros chicos

Texto leído en la presentación del libro “A dónde vas con este frío” de Osvaldo Bossi, editado por El ojo del Mármol
                                                          Por Ivana Romero



Dos chicos se comunican con unos woki toki hechos con latas de conserva. Y un hilo de barrilete. El protagonista del cuento relata esa invención casera como si se tratase de un objeto sofisticado llegado de otro mundo. Y quizás, algo de eso haya. Dice: “Cuando estuvieron listos, Tony me dio una de las latitas y me mandó hasta su cuarto en la planta baja. Lo hice. Bajé por las escaleras de la terraza arrastrando el hilo detrás de mí. Me puse la latita de conserva en el oído y enseguida se escuchó un zumbido. Y ahí nomás, la voz de Tony sonando como un pajarito”. Esos chicos pueden ahora escucharse aunque estén lejos, aunque se muden de barrio o de planeta. Tienen latas, tienen un hilito.
Cosas así ocurren en “A dónde vas con este frío”, el precioso libro de Osvaldo Bossi que hoy nos trajo acá. Que es, además, su primer libro de cuentos.


Me refiero a eso, a que los escenarios de este libro son un barrio habitado por costureras y obreros, por gente que sale a tomar fresco a la vereda, por casas bajas, por baldíos que pueden ser lugares secretos y también, esconder el espanto. Pero el barrio (y específicamente, la casa materna) son la plataforma de despegue para investigar otros mundos. Osvaldo, Os o Capitán (así se va llamando el niño que relata todos estos cuentos en primera persona) hace del universo entero su plataforma de despegue.
Pero empecemos por las zonas más cercanas. Por ejemplo, por un pueblo donde Os tiene que ir cuando muere su abuela, acompañado por una mamá que elige un vestido insólitamente anaranjado, festivo, tan alejado de la formalidad del luto. Y sin embargo, ese hijo le dice que le queda bien. Porque realmente la ve hermosa. Y porque su madre, que lo cría sola, es su primera casa.
Esta escena es parte de “Hola, soy yo”. En ese cuento ocurren, al menos, dos cosas extrañas. Las dos son íntimas pero una desborda hacia adentro y otra, desborda hacia afuera. La que desborda hacia adentro es el encuentro inesperado con un padre ausente, que aparece de improviso en la escena. El padre fuma con otra chica, el padre lo ve, el padre no lo mira. Lo que desborda hacia afuera es el llanto frente al ataúd de su abuela. Y la escena también se desborda, se inunda y esa abuela casi está a punto de salir flotando.
Aquí me permito una pequeña digresión. Osvaldo se crió en el conurbano y yo me crié en un pueblo al sur de Santa Fe. Los dos venimos de los bordes, de la periferia. Cerca del pueblo donde yo vivía había una laguna, la laguna Melincué. Decían que estaba maldita, que los indios echaron maldición sobre los españoles para que no pudieran poblar ese suelo nunca. Lo cierto es que la laguna se inundó y se desbordó a cada rato, por décadas. El agua llegaba al pueblo, incluso al cementerio. Así, los cajones salían flotando, seguían el curso del agua que anegaba las calles, como insólitos paseantes de domingo.
Cuando estas cosas ocurren, cuando lo fantástico irrumpe en lo cotidiano, el lugar común evoca a García Márquez. Todo bien con Gabo, pero prefiero citar aquí voces menos canónicas, más desplazadas. Estos cuentos tienen que ver, creo, con el delirio festivo de Felisberto Hernández, con las niñas alucinadas de Silvina Ocampo (que también pueden ser niños porque son niñas que juegan más allá de las convenciones), con los chicos que aman otros chicos tan secretamente en un pueblo como lo contó Puig. Con la gente que sale volando como aquellos poemas de Sydney West que alguna vez escribió Gelman.


Los cuentos de “A dónde vas con este frío” tienen que ver, para mí, caprichosamente, con todo eso. Pero Osvaldo incluyó dos epígrafes que también pueden ser claves de lectura. Uno es del poeta italiano Umberto Saba, cuyo hilito woki toki lo liga a Sandro Penna y a Pavese, autores que Osvaldo ama. Y también allí está Raúl Gómez Jattin, quien dijo “en tus palabras está contenido el Más Allá del Amor y su sueño”. Esa también es una buena frase para definir este libro.
En estos cuentos caben, dije, otros mundos. Un mundo donde hay una luna roja, que recuerda a esos relatos de Ray Bradbury, otro niño solitario de Ohio. Un mundo donde debe vivir un niñito amigo de Osvaldo, que tiene una rara enfermedad: sólo tolera el frío. Es rico pero vive aislado en una casa donde siempre está prendido el aire acondicionado. Y donde se las arreglan para hacerle caer nieve por la ventana siempre. Así se hace la ilusión de un invierno eterno, de que las estaciones no existen, de que el tiempo no pasa. La infancia puede seguir siempre congelada ahí. En estos cuentos, además de poesía, hay una línea subterránea que también habla de un origen de clase donde las diferencias son evidentes y hasta crueles. Pero como dice María Teresa Andruetto en el prólogo, la mirada aquí es sobre todo candorosa: no omite lo evidente pero tampoco se queda en ese borde. Un niño puede ser pobre, sí. Pero lo salva su curiosidad, su imaginación. Lo salva el amor. Lo salva la amistad. Esas son sus herramientas para ir a explorar otros terrenos.
Osvaldo-Os-Capitán es un niño. Dulce y a veces anticuado, sigue considerando de buen gusto presentarse en la casa de un amigo con un pequeño objeto como forma de agasajo, como se hacía antes. Un niño que sabe de su apariencia seria con esos anteojos de aumento, los mismos que ya traía en su novela anterior “Yo soy aquel”, cuando además le decían “Cuatrochi”.
Osvaldo no investiga nada del mundo en soledad. O sí, comprende rápidamente que la vida se abre como un terreno solitario. Pero él tiene su woki toki para comunicarse con su amigo. Él tiene el corazón como arma secreta, como inefable obsequio que a veces regala porque sí, porque el mundo puede ser un lugar solitario pero él es un niño que cree en el mundo. Y que sobre todo, cree en sus amigos.
El gran componente de este libro no son sólo los territorios: son los otros, esos amigos a los que Osvaldo niño ama con profunda libertad e inocencia; a veces, con deseo arrebatado. Esos niños que le cuentan sus sueños, le leen sus cuentos porque la maestra dice que él escribe bien.
El gran componente de este libro el amor. Casi me atrevo a decir, que es tema de sus otros libros de narrativa, “Yo soy aquel” y “Adoro” y de su obra entera.
Me refiero también a la entrega flamígera, sin medida y sin fisura, de la cual Osvaldo no abjuró nunca. Ni siquiera en aquellos durísimos noventa donde estuvo mucho tiempo en cama, enfermo, mientras afuera la gente arrojaba piedras o se recluía en la indiferencia y el cinismo. Aún entonces, para Osvaldo el amor era estandarte, bandera en alto. Yo pensaba en eso mientras volvía a repasar unos poemas de “Tres”, un libro suyo de esa época que acaba de ser reeditado. Ahí escribe, casi como ars poética: “Sublime es el reposo de quien / dejó caer el peso de un terrible deseo / sobre el más fuerte; ese / que tuerce el curso de los ríos / y hace del agua estancada una fuente / donde él se detendrá, se detendrá / una sola vez / una sola vez”.
Paula Jiménez España, que escribió el epílogo, advierte que aquí aparecen niños y muchachos adultos. El arquetipo del “muchacho”, dice Paula, muestra alternativamente dos cosas: es el salvador y es también el que utiliza la fuerza para someter y oprimir. Aquí –como en el poema de Osvaldo- se libera el deseo del más fuerte. Un deseo que puede ser animal, violento y dañino. Pero siempre alguien le hace frente, siempre alguien aparece para proteger al más vulnerable.


Pienso también en la dimensión salvadora. En el primer cuento “Pájaro loco”, un chico llamado Emiliano es el inventor de otros mundos. Y se las arregla para que este mundo se distorsione, se vuelva extraño. Asegura por ejemplo, que puede viajar instantáneamente a una playa y la playa es verdadera, tangible, porque levanta un puñado de arena y la deja caer con sus manos. ¿Qué es la poesía sino la palabra que muestra el revés del mundo, su zona secreta, ese espacio invisible que tiembla en lo cotidiano, esa intemperie a la que el poeta se abandona porque sabe que es el único modo de volver con las manos algo menos vacías? Pues bien, en estos cuentos hay poesía por doquier. La poesía no sólo es un asunto formal de cortes de versos y encabalgamientos sorprendentes. A veces la poesía es silencio y asombro. En ese sentido, éste también es un libro de poesía. (Y agrego un paréntesis muy caprichoso: a veces la poesía no está allí donde se la espera, no está en los libros sino en la voz de quien canta y de quien se la apropia. Así que, Bob Dylan, poesía eres tú).
Pero no me quiero dispersar antes de señalar algo sobre el arquetipo de un muchacho como forma del amor. Emiliano niño, en el cuento al que aludía recién, puede convertirse en Emiliano adulto. Y cuando sea adulto será libre de irse a vivir con quien soñó, Pablo, y serán felices y le mandarán a Osvaldo postales desde el campo donde viven juntos. Y Emiliano querrá saber si Osvaldo sigue escribiendo porque Osvaldo siempre escribe.
Uno de los personajes de este libro vive en una casita pobre, casi abandonada. En su habitación tiene una cama pequeña donde Osvaldo y él se abrazan por las noches. Construyen un paraíso secreto, precario, propio. Osvaldo huye al amanecer a su casa, como una Cenicienta que guarda en su bolsillo un zapato de cristal, un talismán, una contraseña que le sirva para volver. El chico tiene en su habitación un banquito con un libro de poesía y una cajita de música. Es apenas un detalle pero cuando lo leí, no pude olvidar ese detalle.
Y es que Osvaldo-Os-Capitán, se ocupa de escuchar las musiquitas, los sonidos y los silencios del mundo. No lo hace con instrumentos sofisticados: usa latas de conserva que sean como woki tokis. Es toda una decisión. Me refiero a la elección de usar, entre todas las palabras, aquellas más sutiles, aquellas más simples. Las palabras se abren para que Osvaldo-Os-Capitán, siga indagando esa tierra, ese revés del cielo.
Este libro está dedicado a sus amigos de entonces, de cuando era chico. Y también, a sus amigos de ahora, que, dice Osvaldo “son como niños”. Muchos de estos amigos vinieron a través de la poesía, de los talleres que coordina, de esas voces que él acompaña para que encuentren su rumbo, para que puedan latir con el oído puesto en la tierra y en el cielo a la vez.
Soy parte de la gente a quien Osvaldo ayudó a encontrar una voz propia. Hay en ese gesto un amor que agradezco. Porque el amor es todo lo que tenemos. Porque la palabra es todo lo que tenemos. Porque el amor y las palabras nos ayudan a estar en el mundo, a escucharlo, a no perdernos en medio del frío.
No siempre sabemos hacia dónde vamos en medio de estos días gélidos a pesar de la primavera, donde vuelve a haber hambre, donde vuelve a haber tristeza. Aunque, como vimos hace poco, también hay voces en la calle. Las voces de los silenciados y sobre todo, las voces de las silenciadas.
Estos cuentos de Osvaldo nos recuerdan que si nos perdemos, debemos prestar atención a la voz de los niños y las niñas que fuimos. Allí, invariablemente, se encuentra la verdad, el origen, lo mejor de nosotros. Esa voz es la que nos traerá siempre de vuelta a casa. Una casa donde nos encontramos con otros que, por suerte, se nos parecen. Todos niños, dispuestos a darnos calor y cobijo. Nos celebramos y volvemos a jugar, para que no nos arrebaten ni el amor ni el asombro, que son nuestra casa y también, nuestra trinchera.
La poesía es nuestro modo de tirar del hilo de barrilete que haga del mundo, un mejor lugar. El amor nos sostiene. La amistad nos sostiene. Estos cuentos nos recuerdan nuestro origen común que es a veces luminoso y a veces oscuro. Para que sigamos caminando, mirando las estrellas, escribiendo. Para amar y ser amados. Para que no olvidemos.
Muchas gracias.


Buenos Aires, 22 de octubre de 2016.-





miércoles, 19 de octubre de 2016

Luciana Reif

Para eso caí en este mundo



Los chicos que nadan en la pileta del barrio

Los chicos que nadan en la pileta del barrio
son tiernas gacelas deslizándose veloces
sobre el agua, no podrían romperla
no podrían lastimarla.
Los deseo porque no tienen miedo de ser delicados,
su mano ingresa con suavidad cuando hacen
la brazada pero se termina de extender en lo hondo.
Ese gesto: el dedo índice estirándose en su punto máximo
permanece oculto como un tesoro
en el fondo del mar.  A mí me regalan en cambio
la flexión del antebrazo como las patas de una garza
podrían volar lo sé
pero eligen esta pose horizontal
deslizarse sobre el plano como patinadores de hielo.
Así me gustaría tenerlos en mi cama,
mis muslos abriéndose como ellos abren el agua,
suaves pero potentes agarrando con sus manos
un puñado de ella para impulsarse.
Los chicos que nadan se aferran a mí, soy
lo profundo del océano, la perla brillante
y secreta que encuentran, después de hundir
su cabeza por encima del vapor caliente
hasta el final del andarivel
cuando se quitan las antiparras y exhalan.



Hombres  como mi padre

Hombres  como mi padre
mi abuelo
mis novios
mis hermanos,
he visto sus cabezas
repletas de grandes ideas como un plato de comida que rebalsa
he lustrado desde chica esos cráneos
embellecido hasta la perfección cada una de sus neuronas,
soy el placebo de seguridad con el que después brillan fuera de casa.

¿Para eso caí en este mundo?

Como  bolas de bowling enormes y pesadas
podría encerar, sacarles brillo, pulir sus labios
mi madre paso su vida entera haciéndolo:
la cabeza de mi padre en altas ceremonias
la corona de flores tejida por ella
delante de sus jefes
delante de su maestro
delante de su propio padre.

He visto la inclinación que tienen los hombres al afirmar
el mentón hacia abajo rozando el cuello cuando dicen
sí señor, como marionetas.
¿Alguna vez agradecieron el pecho materno
la comida siempre lista cuando llegan a sus casas?
Estoy cansada de ser la otra del éxito
estoy cansada de los hombres

Quiero crecer

Podría arrojar con fuerza una por una la cabeza de todos ellos
mis dedos apretando su nariz y su boca
deslizándose con gracia por el suelo encerado
y pulido de la pista de bowling
verlos estrellarse contra los pinos, derribarlos con dolor
pero con la sonrisa imperial de creer como en una guerra
que han vencido, que ahora son mejores que antes
pero después vuelven hacia mí y los lanzo de nuevo.



La tarde en la que me acosté sobre mi mamá

La tarde en la que me acosté sobre mi mamá,
la tarde en la que apoyé mi cabeza
sobre su pecho y sentí
sus senos flacos y sus muslos
cansados debajo de las sábanas.
Pensé en su cuerpo tendiéndose con desgano
sobre el de mi padre, ella, la mejor gimnasta,
balanceándose una y otra vez
sobre la misma barra, el miembro viril
entre sus raspadas manos.
Mi madre, la gran equilibrista,
capaz de caminar sobre la cuerda floja
y mantenerse en pie
 al borde de la catástrofe.
Yo tendría ocho años, ese mediodía
en que volví a casa llorando, un chico
del colegio me arrinconó en el pasillo,
me agarró fuerte de las muñecas
y besó mis labios.
Yo también entendí mamá,
que cualquier ser es un infierno
si no es una la que decide abrirle
las puertas de su cuerpo.


Luciana Reif
Inéditos



Luciana Reif nació en la localidad de Lanús en 1990. Es Socióloga y becaria CONICET por la Universidad Nacional de Avellaneda. Participó de la antologías El Rayo Verde (Viajero Insomne, 2014 y 2015). Poemas suyos fueron traducidos al italiano por el Centro Cultural Tina Modotti. Coordina junto con Valeria De Vito el ciclo "Lo que tan rápido fuga". "Entrada en Calor" es su primer libro publicado (El Ojo del Marmol, 2016).