jueves, 25 de agosto de 2016

ESTELA FIGUEROA

No hay culpa en la pasión



(foto, Natalia Leiderman)

La enamorada del muro

I

La enamorada del muro
no sabe cómo es el muro.
pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.
Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro se cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.

A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abraza las piernas de una hombre.
Y a veces –qué deseo
y qué orgullo caben en ella–
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.

II

Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene el muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
La enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.

III

Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quién puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
“El es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida”.

IV

Vampiro en el jardín

Ningún jardinero
la recomendaría.
La enamorada del muro
tan pródiga con el muro
tiene un rol muy cruel en el jardín.

Está en su naturaleza apropiarse
de toda la humedad del terreno.
De modo que mientras ella se expande
y se demora tiernamente en el abrazo
las otras plantas mueren.
¿Qué puede importarle?

Una mujer enamorada es capaz
de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los ojos fijos en los labios de su amor.

No hay culpa
en la pasión.

“No permitiré que nada
ni nadie
te haga daño
amor mío”

V

En sí misma

Sólo una loca pudo
enamorarse de un muro.

Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.

Cubierto totalmente por las hojas
deja de ser visible.
hasta se puede dudar de su existencia.

“No es eso
hija
lo que te enamora.
No es muro.
Es tu esplendor”.

Estela Figueroa
(Santa Fe, 1946)


miércoles, 24 de agosto de 2016

CLAUDIA MASIN

Hoy vi na flor idéntica a una estrella


Potrillo

Cada uno carga su familia como los mendigos sus bolsas raídas,
esas cosas que ya no sirven para nada, 
pero no se pueden abandonar: son parte del propio cuerpo,
del camino recorrido. Es difícil soltar lo que nos ha acompañado
tanto tiempo, aunque lastime y agobie, y la espalda se incline
bajo el peso. Como si fuéramos la muesca diminuta
sobre el arma disparada en un pasado remoto,
en una tierra desconocida decidieron por nosotros, antes
de que naciéramos, hasta los muertos que tendríamos que llorar.
Pero si nos acompaña una multitud a cada paso, pienso,
el aislamiento no resuelve nada. Ni construir una cabaña
con las propias manos en el monte impenetrable,
darle la espalda al mundo y a los demás, volverse un paria
que ha rechazado su lugar entre los otros
para quedar libre de una deuda
que de todas maneras va a tener que pagar. Entonces,
si los cuerpos reunidos al principio
quedan atados por un nudo que atraviesa el tiempo, una cuerda
increíblemente firme, imposible de desatar,
¿cómo ser en la vida algo más que una especie
de fenómeno natural: un latigazo del cielo, un rayo 
que destroza sin razón y sin sentido, o al revés,
una lluvia suave que reverdece el campo seco y trae alivio
a los cultivos casi muertos? Es decir,
¿cómo ser algo más que un impulso ciego
que actúa sin voluntad de hacer el bien ni el mal,
por pura inercia desprendida del pasado, de los terrores,
los deseos, las pasiones de la tribu?
A veces creo, pero es una cuestión de fe, no sé si es cierto,
que se puede construir una familia a partir de cosas ínfimas
que no forman parte de la historia contada
a través de las palabras o del cuerpo de los que amamos.
Que podríamos descender en el tiempo
hasta el instante en que aún no habían empezado ni la fealdad
ni el miedo, a través de una memoria física que nos devuelva
la humilde y pura gracia de respirar. Hablo
de atarnos a detalles tan insignificantes que no serían jamás
parte del drama y por eso mismo no podrían
convertirse en el hueso de tu infelicidad.
Sería tan distinto, claro,
si tu familia fuera el día en que conociste el verano,
la primera experiencia de alegría bajo un chorro de agua
en el sopor pesado de la siesta, el olor de la tierra mojada
y el contacto del pasto en los pies descalzos. La risa, levantándose
como la bruma del calor hacia lo alto. Si fuera tu destino ese punto
del pasado, ese resplandor que quedó grabado a fuego,
clavado en tu carne como la herradura en la pata de un caballo joven,
de un potrillo que en el momento de entrar al establo
se retoba y corre y es capaz de fugarse de la vida que le espera.


Abeja    

La vida está en otra parte
Arthur Rimbaud

La condición no se cura pero el miedo a la condición es curable
Clarice Lispector


Como la abeja que llega al panal
y encuentra las funciones ya asignadas: la reina, los zánganos,
las ninfas, las obreras, viniste a cumplir tu tarea
y retirarte. Raro es decir que no, y más raro todavía escaparse.
¿Qué hay allá afuera para los renegados? ¿Soledad, incertidumbre,
miedo a haber quedado sin protección ni casa? Hoy ví una flor
idéntica a una estrella, estaba en medio de un terreno abandonado,
y como buena flor silvestre crecía exuberante,
desmadrada. ¿Qué hacía en medio de un baldío una flor
que imitaba a una estrella? Yo creo que era tan hermosa
porque no servía para nada. Es decir, no duraría más de un rato
viva si la arrancaran, no podría venderse ni comprarse,
no tenía ninguna función en el ecosistema,
ninguna criatura la extrañaría si faltase. Y sin embargo
cada tarde, cuando se iba la luz,
empezaba a recortarse en el pastizal:
parecía que estaba sola y que brillaba con luz propia,
y si me dijeran que en ese momento del día el universo
giraba alrededor de ella, lo creería:
los que se apartan de la ley que los obliga
a estar mimetizados con su entorno, tienen un resplandor
intenso y breve. Ser raro es dejar de ser reconocido
por los del propio clan, y ya se sabe
qué pasa con el que no tiene la aprobación de su especie.
Da miedo renunciar a la esperanza
de la normalidad: soñar con que alguna vez aceptaremos
que se debe tomar lo que hay, atarse a eso
con desesperación, quedarse en la familia, la patria, el amor,
el odio que nos dieron. Pero la vida que nos toca es ajena,
una bomba que llevamos encima y nos ha minado el cuerpo:
estamos paralizados por el terror a que explote
cada vez que tratamos de renunciar a ella y encontrar en otra parte
una vida que se nos parezca.


Claudia Masin
De “La cura” (Hilos, 2016)




lunes, 22 de agosto de 2016

DOLORES ETCHECOPAR


yo ruego que la noche no hiele las flores






entonces vi que la ciudad se hundía
y grité después         mucho después
un grito que me llevó de mí hasta el tiempo
y no se oyó
dónde era que yo rogaba por nosotros
los que íbamos
íbamos
con las aguas y las flores y los restos
de una frase a medio decir
porque el No alumbraba ese lugar inmenso 
donde el viento de las palabras
soplaba sin cesar
y nos apagaba

*

mientras leo el roce de la ferocidad
que recorre mi espalda
algunas palabras forman pequeñas canoas
las empujo al cielo que relumbra devastado
advierto que mi cabeza se inclina en la lectura
como la de mi padre
cada vez el amor llega con esa pendiente
al libro que se abre     y pide
que deje afuera las armas
lo que ellas han destruido
la brisa sola
la respiración alcanza a mover las páginas
de otro mundo

                            *

después no hay consuelo no hay pecado
hay nubes que alumbran rosas que
se deshacen donde nadie echa raíces
pero sí un infinito
un canto alrededor alrededor
de lo que llora en mis manos cuando duermo

yo ruego que la noche no hiele las flores
que el día abra sus puños
y que adentro estén mis ojos
viéndote reír 


                    *

vuelvo al  pozo de tu amor
voy a beber otro sorbo para seguir
mis pies llevan tu forma despeñada    y caminan
como caballos pequeños hacia la muerte
estarás allí   padre
en el salto de mi alma
mi madre se habrá alejado
tendré que levantar la voz para llamarla
pero tú    padre
sé que estás haciendo tiempo
en el borde de tu muerte
cada día de mis días
una puntada más
une lo que está separado
hasta que en toda su extensión sólo brille
el hilo transparente de tu amor
esa orilla nueva
donde yo desaparezca

                          *
la lluvia lavó los caminos
ninguna huella señala lo que aún perdura
ninguna lo que se ha ido para siempre
estás a tiempo
por el cristal de la tristeza
pasa la luz de tu cansancio
de pronto maravillada


Dolores Etchecopar
del libro   El cielo una sola vez



domingo, 21 de agosto de 2016

MANUELA ROLANDELLI

Suspendida en el lomo del gato




Suspensión

a punto de escribir
el tiempo me es ajeno
estoy suspendida
como el salto de un gato
mientras lo ves en el aire
ahí permanece no toca el piso
nunca más durante ese instante 
estoy suspendida
en el lomo del gato
rebelde y fabuloso
huyendo de lo fugaz

aquí en la suspensión
lo que se ama permanece
intacto
lo que aún no es conmociona
porque será revelación

después 
mi cuerpo sabrá
de ese recuerdo feliz.




En el silencio de los domingos 

En el silencio de los domingos encuentro
la comodidad
de todas las cosas
veo que los recuerdos se iluminan
que nada es frágil
la inmensidad
adquiere fuerzas
así voy
me deslizo pacíficamente 
acoplada al ritmo bondadoso 
de este día
sin mucho espacio
pero tan conocedora de él
que hasta podría ser ciega y moverme
con la misma levedad
y si alguien estuviera
espiando mis andanzas
le sonreiría cómplice

A veces pienso 
las personas que son espiadas y no lo advierten
se parecen mucho
a la locura.




Rituales

Me cuesta escribir
sobre el chico 
que me mira
del edificio de enfrente
en diagonal a mi ventana
me cuesta escribir algo más
que no sea escribir
que está mirándome
a la hora de almorzar
desde su ventana
no creo que haga otra cosa
más que estar
en su ventana
a la hora del almuerzo
mirándome
no creo que tenga trabajo
no creo que tenga hijos
no creo que escriba poemas
sobre mí
que estoy mirándolo
cada día
a la hora del almuerzo
desde mi ventana. 




Mala

como el agua hirviendo
me imagino
sometida a un sueño
del que me lamento y sufro
pero me doy el lujo
de ser mala como el veneno
de una rata mala y celosa
llamalo excitación
masoquismo
me lastima tanto
y lo disfruto
en la misma medida
engaño rasguño muerdo 
y no me arrepiento
jamás
solo soy mala
una vez que me duermo. 


Manuela Rolandelli
(Ramallo, pcia de Buenos Aires -1985)