lunes, 26 de febrero de 2018

María Teresa Andruetto, presentación




CLEOFÉ
o el antisoneto que escriben las mujeres

CLeofé, un libro de poemas, pero también el nombre de la madre, María Cleofé Boglio. No sé cómo lo hace, pero Andruetto de alguna manera logra juntar las dos cosas. Un libro que habla de la madre (mejor dicho, donde habla la madre) y un libro que habla de la memoria y del olvido. Un minucioso trabajo contra el olvido, y a la vez, la posibilidad de olvidar todo lo accesorio para quedarse con lo que importa. Es decir, soltar el relato completo para quedarse con algunas hilachas, una brizna de oro. Andruetto, y la madre de Andruetto, lo hacen, consiguen este milagro. Digo “lo hacen” ya que, en cierta forma, se trata de un libro escrito en colaboración, donde la voz de la que habla, si uno se distrae, se confunde. ¿Cuál es la voz de la madre y cuál, la voz de la hija? La voz de la poeta, en todo caso, no está, o está, pero en un segundo plano, casi invisible. Dice Cleofé: No sé quién soy / no tengo nombre. Esas mismas palabras podrían ser atribuídas a la poeta que, como dice Keats, es nada y es nadie y por eso mismo puede correrse, prestar el oído y escuchar las voces, los versos que están en el aire y llevarlos después al papel, interfiriendo lo menos posible. Si el poeta no tiene yo y si yo soy un poeta, que hay de extraño en que diga no escribiré más, dice Keats. No escribir más o escribir otra cosa, imposible. A tal punto, que los poemas no parezcan poemas. No se ciñan a eso que hasta ayer reconocíamos como poema. Correr el riesgo de no ser entendido, de ser malinterpretado. Igual esto, a la que transcribe, no le importa: sabe que allí hay un poema. Se lo dice, sobre todo, su oído de poeta. Así que, violín en bolsa, se pone a un costado y escucha. Al fin de cuentas, ¿yo no es otro, siempre? Me acuerdo de Idea Villariño, la suplicante, cuando dice: Yo quiero /yo no quiero / yo aguanto /yo me olvido / yo digo no / yo niego/ yo digo será inútil / yo dejo / yo desisto / yo quisiera morirme / yo yo yo yo. /Qué es eso. Villariño, poniendo al descubierto ese telón de sombras y ese artificio, ubicado en el centro de sus poemas.  ¿Locura? ¿Desdoblamiento? En Cleofé, por ejemplo, yo es la hija y yo es la madre, como en esa película de terror, de Alfred Hitchock, ¿se acuerdan?, donde el protagonista, Anthony Perkins, mata a la madre y él cree que es la madre. Entre paréntesis, si no me equivoco es la película que más miedo le producía a Borges, y no sólo a Borges, ¿por qué será? No importa. Que digan que está loca, que digan que eso no es poesía. Está dispuesta a correr ese riesgo. De otra forma, para qué escribir. Me acuerdo de Alfonsina Storni y esa ruptura constante que fueron su vida y su obra. Primero, la poeta romántica, nacida para amar, después la loba (yo fui como la loba / me escapé del rebaño) después, hacia el final, la espléndida vanguardista, con su Mundo de siete pozos y su Mascarilla y trébol. Correr los límites, no quedarse quieta nunca. Arriesgarse con cada poema, con cada libro un poco más. Pasar de la novela a los cuentos para niños y de ahí a los poemas. De Stéfano a Sueño americano, de Pavese Kodak a El árbol de las lilas, y de ahí a este libro, Cleofé, que incluye todo lo anterior y que rompe con todo de una manera sorprendente. Del poema relato, como quería Pavese, al poema donde el relato se resquebraja y la voz de la hija llega, cada tanto, para apuntalarlo.  ¿La lengua materna no es la lengua de la hija también? Lo cierto es que leí tu libro, Tere, y quedé deslumbrado. Nunca había leído algo así, tan directo y tan elaborado a la vez. Con esa vuelta de tuerca que le das a la experiencia, que te permite ver poesía donde otro sólo vería desacuerdo y dolor. De hecho, al leer tu libro, me di cuenta que con mi mamá, en los últimos tiempos en los que su memoria, tan frágil, iba y venía como un barquito tambaleante, habíamos escrito algunos poemas juntos, y estoy seguro que a muchos, al leer tu Cleofé, le debe pasar lo mismo. Recuerdo uno, muy hermoso, y muy terrible también, que me gustaría recuperar ahora. Estábamos solos los dos, y ella iba y venía, por la casa y por el tiempo, hasta que en un momento se detuvo y me preguntó: ¿Vos me extrañás a mí? / Claro, mamá, te extraño. / Entonces por qué no te casás conmigo? / Porque no puedo, soy tu hijo. / Ah qué lástima… Desde luego, llamé urgente a mis hermanos, porque si seguía con ella, solo, un rato más, iba a acceder a todo lo que esa muchacha hermosa me pidiese. Una madre es una pasión que no sirve para nada, tiene razón Cleofé. Pero volviendo al libro. En la primera parte vuelven a estar los poemas relatos, tan conmovedores, que hablan de los vínculos entre las mujeres de la familia, madres con hijas, hijas con abuelas, alternando sus lugares, cargándose unas A otras, como esa mujer colgada al cuello del que habla el epígrafe de Sharon Olds. Otra que, desde su primer libro, después de hacer un pacto con el diablo, con tal de escribir poemas verdaderos, rompió con todo también. De ella, me acuerdo muy especialmente de los poemas que escribió sobre su padre, mientras lo acompañaba a lo largo de una enfermedad terminal.  Realistas y al mismo tiempo sobrecogedores, de un extraño lirismo. De ese libro, El padre, acaso vengan los poemas de Andruetto.  Sharon Olds, pensé, le tiene que haber dicho anímate, si no escribís sobre la enfermedad, el hondo amor que tenés por tu madre, para qué escribir. Lo cual me hace acordar a una frase de Hugo Padeletti (ya parezco Funes el memorioso, disculpen). Decía Padeleti: Un cuadro viene de otro cuadro, y un poema de otro poema.  Las mujeres de la literatura, y de la poesía en particular, rompiendo todas las reglas y llevando adelante una escritura demoledora. Me acuerdo de Susana Thénon, claro, y del Dr. Jekyll y Mr. Hyde que habitan lo poemas de su libro Distancias, y cómo esas voces separadas, ese terrible contrapunto entre la buena y la mala, la culta y la rea, la puta y la madre se reconcilian en un libro que terminó pateando el tablero definitivamente. Me refiero a su Ova completa, o los huevos llenos, para decirlo en buen criollo. Te mando en esta carta dos poemas de la serie "nueva", los únicos hasta ahora que considero terminados. La serie se llama "distancias" y todavía no puedo explicar claramente el porqué. Sólo sé que tienen que ver con la disociación, con la soledad, con la caducidad trágica y tierna del lenguaje, con la distancia, aún mínima, que existe entre nosotros y nosotros mismos, o entre nosotros y lo otro. Y pienso en Pizarnik, cómo no pensar en ella, y en ese naufragio que fueron sus últimos libros (La bucanera de Pernambuco, o Hilda la polígrafa) para decir lo indecible, para decir lo que no se podía decir y estaba en el reverso de las palabras, esa nada, ese abismo extraído, como nunca lo había hecho nadie antes, de esa piedra de la locura que son sus poemas. Oh ayúdame a escribir el poema más prescindible/ el que no sirva ni para / ser prescindible / ayúdame a escribir palabras / en esta noche en este mundo. Yo creo que Cleofé pertenece a esa tradición de ruptura. Se suma a ella y agrega lo suyo. Como el libro Matecocido, de Diana Bellessi: un antes y un después, donde la poesía vuelve a encontrar su punto de incomodidad, y hace un piquete, un piquete lírico, sacando el lenguaje de la poesía a la calle. Como tantos otros libros escritos por mujeres en nuestra lengua. Como mi tía Marta, Marta Bossi, que escribía poesía cuando era joven y, después (un poco por su clase social y otro poco por las prescripciones de la época) ya no escribió más.  Sin embargo, cuando supo que yo mismo quería ser poeta, se alegró mucho. Me acuerdo perfectamente, estábamos en la cocina de su casa tomando mates y ella me dijo, con su hermosa voz grave, de pitonisa, como Olga Orozco:  De alguna manera, es como si escribiera yo. Y ahí nomás me acordé de Alfonsina Storni, para variar. Pudiera ser que todo lo que en verso en sentido / no fuera más que aquello que nunca pudo ser / No fuera más que algo vedado y reprimido / de familia en familia, de mujer en mujer. Sólo que yo no era mujer, era una loca es verdad, pero no era una mujer, al menos en apariencia. Quiero decir. La poesía no existe hasta que alguien llega y la pone en palabras. Por ejemplo, si me permitís, Tere, voy a contarte algo que me pasó hace poco y lo relacioné, después, con tu libro, y que tiene que ver con la infancia. Pensé que, acaso, tu mamá y la mía, cuando estaban perdidas y viajaban hacia atrás en el tiempo, cuando hablaban lo hacían como niñas, eran niñas, con todo el prodigio y el milagro que tiene la palabra en la boca de un niño. Leí tu libro, entonces, y ahí nomás me acordé (una cosa lleva a la otra) de que hace unos meses, el 31 de diciembre, después de las 12 de la noche, con mi ahijada Cata, de apenas 2 añitos, escribimos un hermoso poema en conjunto. De pronto se largó a llorar y yo le hice upa y la llevé hasta el patio. Para distraerla le mostré un avión que atravesaba el cielo y después (la tenía ahí de regalo) le mostré la luna y le dije. Mirá Cata, ahí está la luna, mirá que hermosa. Una, Una, repitió Cata, con los ojitos como dos charcos de agua todavía. Esa es la luna, sí, mirá qué grande, qué hermosa. Hasta que de pronto apareció una nube y se la llevó. Temí que el llanto de Catalina volviera y le dije que la luna no se había ido, que estaba ahí, la habían tapado las nubes pero que no se preocupe, que iba a volver. Y afectivamente volvió, con toda su belleza y su lejanía. Una, Una, volvió a decir Cata, en su media lengua, sonriente. Si, la luna, a veces parece que no está, pero está; se esconde un ratito nomás y vuelve.  Y ahora me doy cuenta del sentido profundo de ese poema, escrito entre mi ahijada y yo. La mamá de ella no estaba ese día, pasó las fiestas en un hospital de la Plata, cuidando a su hermanito menor, Anton, y, por otra parte, mi mamá había muerto hacía un par de meses. De modo que ese poema hablaba de la ausencia y ninguno de los dos lo sabía. En fin, querida Tere, perdón por todo este desvío, este desorden, pero entre tanta cita no quiero que se pierda lo más importante, y es esto. Tu libro, Cleofé, cada una de sus palabras, me llegó al corazón. Desde entonces, no paro de hablar y de hablar. Como un niño, como Cata, o  como tu mamá y la mía.   


Osvaldo Bossi
Febrero de 2018, Buenos Aires