viernes, 22 de abril de 2016

Carlos Battilana

aligerarse de ese suave o terrible peso




Alrededores

Sabe la maleza algo que yo no.
Los árboles conocen un misterio natural
vedado
a todo el lenguaje; hasta los automóviles
de la ciudad
advierten el adn del metal. Los materiales
de la casa conocen el origen de la madera
y la raíz de la tierra,
el origen de las palabras

…presiento que todas las cosas de este mundo,
de estos días
se desentienden, sin embargo, de una cofradía
de seres silenciosos
- aturdidos por el tedio,
sacudidos por el mal-
en busca
de una hora de la tarde
en que muchos trajinan
y dos extraños
despliegan su sensibilidad más honda,
y administran sus besos
y deslizan sus cuerpos
rodeados de un misterio módico
que atrae
los tesoros más lujosos
del cuarto,
las rosas más pequeñas
así, apenas, susurrándose
cosas imposibles
en una hora de la tarde
en la que casi todos trabajan y trajinan
mientras dos extraños
allí
en esa hora rara de la tarde
se dan fuerza,
como pueden
se dan amor.


                           
Una despedida

Otra vez aparece,
de modo interminable,
como una necesidad
el padre:

en algún momento muere
y pesamos eso que está allí,
como si fuera un puñado de hojas del parque
caídas en la estación más frágil,
como si se trataran de piedras o de rocas
que llevamos en las manos.

Más allá del lenguaje de la época
más allá de los libros canónicos
el padre aparece como una carga que se traslada en los hombros

…aligerarse de ese suave o terrible
peso,
en un momento, se vuelve inminente

¿será para no soñar más con él?
¿será, finalmente,
para evaluar el paisaje y decir:
“bueno, a escuchar la propia música,
a caminar por una tierra elegida”?
¿o será, tal vez, un impulso
biológico
que se sostiene
en un gramo de pasiones?

Mi padre, entonces,
con el que soñé tantas veces,
en este momento
cambia de manos,
de manera benigna
se despide
y  ayudado por la voz
ancestral de Vallejo
toma prestadas las palabras más sabias,
canta,
muy dulce, una canción íntima y poderosa,
temblorosamente susurra:
“Te ajusto
el cuello del abrigo
no porque empieza a nevar
sino para que empiece a nevar”.


 Carlos Battilana
(poemas de un libro inédito, en preparación)



martes, 19 de abril de 2016

Ivana Romero

 mi voz es suave pero tiene esquirlas, lo juro

                       
               


El agua está llena de vetas…

El agua se llena de vetas
Cuando él mete sus manos engrasadas
el paisaje se descompone
el cielo se multiplica
él mismo parece un extraño
que mira el agua y sonríe
Después vuelve a sus cosas
hay días donde trabaja bien, otros que no
más allá el campo
más acá la ruta
El taller es como un cubo en medio de la nada
un dado que escapó de la mano de Dios
Sí, Dios pasó alguna vez por ahí
Lo acompañaba su mujer
cansada de estar sola en la casa
Por eso viajan juntos
Eso explicaron
mientras bajaban de un camión medio muerto
Roberto calibró el peso de los neumáticos
hasta que esa chatarra fue un animal brioso otra vez
Él se pone contento cuando pasa sus manos engrasadas
por un trapo
como si limpiase restos de sangre y pelo
mientras dice "ya está"
Los camiones reviven
se pierden en la ruta
licuados en la luz blanquísima del horizonte plano
un reflejo y luego nada
Roberto se siente más a gusto entre motores
que conversando
en especial, si son mujeres
A su hermana Pamela le causa gracia esa incomodidad
esa renuncia a saber de qué están hechas
Y eso que alguna vez ella se desnudó para él
Pero fue hace tiempo
mejor, no recordarlo
Pamela se fue pronto del pueblo  
Le tomó fotografías porque dice
que él tiene un hermoso perfil italiano
Roberto sabe que esos retratos fueron a parar a un museo
o algo así
No le importa
él nunca se fue
ni siquiera cuando cerraron la fábrica
Bajó la persiana del taller un tiempo
pidió empleo en una panadería
Le gustaba quedarse toda la noche ahí
alimentando el horno con leña
amasando un pan sedoso como una piel
Duró poco
Al fin volvió a lo suyo
no sabe hacer otra cosa
más que interpretar de qué está hecho
el quejido de los camiones
Bueno, también le gusta tocar la guitarra
De vez en cuando se va al patio
susurra unas canciones
que hablan de algo que hace ruido ahí al fondo
de chicas que atraviesan rutas fulgurantes como truenos
Fuimos hechos para correr
Creó esa letra de puro accidente
Cuando canta evoca una novia que nunca tuvo
Ella se peina con los dedos
En su pelo oscuro se reflejan estrellas fugaces
como en el fondo de un balde de lata
Pero las mujeres dan trabajo
y él prefiere cantar solo
mirar el campo de trigo que va creciendo
con su lomo claro estirado al sol
No le interesa huir
Sabe bien dónde está parado
Tiene manos muy grandes
y borceguíes cubiertos de polvo.



 Quisiera que mi voz sea más gruesa…

Quisiera que mi voz sea más gruesa y salvaje.
Que tuviese esquirlas, restos de noche, pequeños agujeros
por donde pueda pasar esa melancolía
que acompaña mi corazón.
Será cuestión de tiempo.
Todos dicen que sé cantar aunque soy muy joven.
Aretha lo dice. Cindy. No sé si Duke Ellington lo diría.
Escucho sus discos.
Sigo esa melodía como un camino que guarda
mi zona más secreta.
¿Aún pensarías que soy una dama sofisticada, Duke,
si me vieras con estas botas de goma y este abrigo inmenso
caminando bajo la nieve
para calmar todo lo que suena al fondo de mi voz?
Muy arriba, el cielo es de un azul claro, artificial, como las luces del escenario.
Ya no me asustan.
Cuando mi padre dijo “cantá sin miedo”, yo le creí.
Él volvió un día con la misma naturalidad con la que me había abandonado.
Sus ojos y los míos son oscuros.
Los ojos de mi madre son tan claros como el agua.
Sin embargo, me reconozco en ella.
Anduvimos juntas de Texas a Nueva York.
Saltamos de casa en casa
llevando el piano como una mascota prehistórica y entrañable
un dinosaurio de escamas de madera lustrada
que se recuesta a mis pies cada vez que lo abro.
Yo no pedí esta vida pero acá estoy, llena de canciones y de premios
preguntándome cada vez si una melodía saldrá del piano.
La prensa dice que soy genial.
Pero ser genial no te da fortaleza
no te da amor.
Mi novio se fue aunque yo era genial.
(Empecé una canción nueva con esa idea).
Las cosas no funcionaron
pero aún así le gustan mis canciones.
Me pregunto si eso lo hace feliz.
Una letra solitaria puede sonar a nada
aunque si la visto con música,  ahí está la magia.
Es lo que sé hacer.
Mi padre dice que estoy habitada por la diosa Sarasvati
que es hermosa y cuida del arte y la verdad.
Creo que la adora porque los dos son hindúes
y tocan el sitar.
Ese hombre sólo ama lo que tiene que ver con él.
Camino bajo la nieve cubierta con un gorro que tejió mi madre.
Nadie me reconoce ni me pide autógrafos.
Mi voz es suave
pero tiene esquirlas, lo juro,
esquirlas de cristales rotos que volaron
como estos copos de nieve que me mojan la cara
arrastrados por el viento.
Caen en la vereda con un rumor silencioso
que sé escuchar porque también sé escuchar a mi corazón
su melodía imperceptible al fondo del abrigo.
Tu corazón también late así.
Aunque te fuiste, yo conozco su secreto.


Ivana Romero
Inéditos

lunes, 18 de abril de 2016

Tom Maver

alzo la mirada y veo a mi madre




No hay comienzo sencillo.
Con torpeza saco las alas,
estiro las patas lo más que puedo,
se alinean mis vértebras y al erguirme
doy la primera bocanada en este mundo.
Siento en mis pulmones la fría sustancia del aire
y la expulso a gritos. Ésta es mi voz, me digo.
Alcanzo a ver el color oscuro de la tierra,
el pasto reseco, los acantilados.
Alzo la mirada y veo a mi madre.
                                 Recién entonces nazco.





Mi madre, a quien ahora
puedo observar después de meses
de estar inmerso en el calor del huevo,
guarda un largo silencio
mirándome a los ojos pegoteados
antes de acercar su pico por primera vez
y limpiarme. ¿En cuántas moradas más
iré yo a entrar y luego ver por fuera?


Tom Maver
de Marea Solar (Alción editora, 2016)