domingo, 2 de abril de 2017

textos profanos



Ultrateléfono

Algunos dicen que mi tía Martha era una pitonisa. Otros, una bruja. Otros, una poeta. De hecho, había escrito muchos versos en su juventud. Cuando la conocí, a los 17 años, ella me mostró una biblioteca vertiginosa, donde entraba todo, desde Espronceda a Madame Bovary, El romancero gitano y El cantar de los cantares. Al enterarse que yo también escribía, puso en mis manos una carpeta llena de sus composiciones, casi todos versos rimados y copiados, prolijamente, con su preciosa letra de maestra. Aunque no era maestra. Era bruja, era pitonisa. Curaba a todos los enfermos del barrio. Les pasaba la mano por el lugar herido y, mientras decía una oración, los curaba. O hablaba con los muertos y los invitaba a tomar mate con ella en la cocina. Un día le dijo al fantasma de mi abuela Amalia que se sentara a tomar mate con nosotros, y mi abuela se sentó, nomás. De joven, había sido tan hermosa como María Félix, los ojos grandes, el pelo negro hasta la cintura. Con el tiempo, se había transformado en una mezcla de Gabriela Mistral y Olga Orozco. Yo le leía mis primeros poemas en la cocina de su casa, entre mate y mate, y ella me reprochaba esa tendencia mía, demasiado autobiográfica. Fruncía la boca y miraba para otro lado. Decía que lo que hacemos entre cuatro paredes es nuestro y no hay por qué mostrárselo a los demás. Pero yo quería salir de mi encierro, así que, con todo el dolor del mundo, dejé de mostrarle mis escritos. Un día su casa se incendió. Ella dice que salió a la vereda a mirar como el fuego se llevaba todo, sin horror, mientras fumaba un cigarrillo. Yo pensé enseguida en la Casa Usher de Poe. Dicen que murió en un geriátrico o en casa de una pariente lejana. Lo cierto es que un día desapareció, sin dejar rastros. Yo seguía luchando por salir de mi encierro, y algunas veces lo conseguí. Me dio un cuarto, en su casa, para que escribiera, y cuando el albañil quería llevarme para la obra, ella le decía que no me molestara, que yo estaba escribiendo. Recuerdo que una noche de Navidad se vistió con un hermoso vestido celeste, el pelo recogido en lo alto y un poco de rouge en los labios. Se acercó al tocadiscos y puso una canción antigua, que a ella le encantaba. Una canción de Cacho Castaña, hermosa y absurda como ella. Cara de gitana, dulce apasionada, bailaba y cantaba mi tía Martha, mientras preparaba la cena. Cada tanto, sueño que ella me llama por teléfono, o me llama realmente y me dice: "Todo lo que no pude ser, todo lo que estaba vedado y reprimido en mí, en vos se hizo posible, como en ese poema de Alfonsina Storni, ¿te acordás?" Luego corta, y su voz gruesa, de fumadora -pero también de cantante de tangos- queda reverberando en mis oídos por mucho tiempo. 

Osvaldo Bossi