Ultrateléfono
Algunos dicen que mi tía Martha era una
pitonisa. Otros, una bruja. Otros, una poeta. De hecho, había escrito muchos
versos en su juventud. Cuando la conocí, a los 17 años, ella me mostró una
biblioteca vertiginosa, donde entraba todo, desde Espronceda a Madame Bovary, El romancero gitano y El cantar de los cantares. Al enterarse que yo también escribía, puso en mis manos una carpeta
llena de sus composiciones, casi todos versos rimados y copiados, prolijamente, con su preciosa letra de maestra. Aunque no era maestra. Era bruja, era
pitonisa. Curaba a todos los enfermos del barrio. Les pasaba la mano por el
lugar herido y, mientras decía una oración, los curaba. O hablaba con los
muertos y los invitaba a tomar mate con ella en la cocina. Un día le dijo al
fantasma de mi abuela Amalia que se sentara a tomar mate con nosotros, y mi
abuela se sentó, nomás. De joven, había sido tan hermosa como María Félix, los
ojos grandes, el pelo negro hasta la cintura. Con el tiempo, se había transformado en una mezcla de
Gabriela Mistral y Olga Orozco. Yo le leía mis primeros poemas en la cocina de su
casa, entre mate y mate, y ella me reprochaba esa tendencia mía, demasiado
autobiográfica. Fruncía la boca y miraba para otro lado. Decía que lo que
hacemos entre cuatro paredes es nuestro y no hay por qué mostrárselo a los
demás. Pero yo quería salir de mi encierro, así que, con todo el dolor del
mundo, dejé de mostrarle mis escritos. Un día su casa se incendió. Ella
dice que salió a la vereda a mirar como el fuego se llevaba todo, sin horror,
mientras fumaba un cigarrillo. Yo pensé enseguida en la Casa Usher de Poe.
Dicen que murió en un geriátrico o en casa de una pariente lejana. Lo cierto es
que un día desapareció, sin dejar rastros. Yo seguía luchando por salir de mi
encierro, y algunas veces lo conseguí. Me dio un cuarto, en su casa, para que
escribiera, y cuando el albañil quería llevarme para la obra, ella le decía que
no me molestara, que yo estaba escribiendo. Recuerdo que una noche de Navidad se vistió con un
hermoso vestido celeste, el pelo recogido en lo alto y un poco de rouge en los
labios. Se acercó al tocadiscos y puso una canción antigua, que a
ella le encantaba. Una canción de Cacho Castaña, hermosa y absurda como ella. Cara
de gitana, dulce apasionada, bailaba y cantaba mi tía Martha, mientras
preparaba la cena. Cada tanto, sueño que ella me llama por teléfono, o me llama
realmente y me dice: "Todo lo que no pude ser, todo lo que estaba vedado y
reprimido en mí, en vos se hizo posible, como en ese poema de Alfonsina Storni,
¿te acordás?" Luego corta, y su voz gruesa, de fumadora -pero también de
cantante de tangos- queda reverberando en mis oídos por mucho tiempo.
Osvaldo Bossi
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