jueves, 16 de marzo de 2017

Derrotero, texto presentación



Nómade en el balcón

Pocos poetas tienen tan clara la noción de ritmo en poesía como Nora Sztrum. De hecho, puede leerse su libro como una pieza musical, un vaivén de frases y de sílabas que acarrean sentido y al hacerlo, casi enseguida, lo dejan ir. Como si el sentido, lo que nos quiere decir un poema, fuera siempre la punta del iceberg. Una aproximación, el indicio de algo que corre en permanente fuga, de nosotros y hacia nosotros, y que difícilmente podamos atrapar. 

Con esto no quiero decir que el libro no cuente algo, no intente decirnos algo, de alguna manera. Yo creo que sí, y hasta un poco a pesar suyo, lo dice, da una clave, una llave para abordar su lectura. Sólo que esa llave, en lugar de abrir una puerta, abre muchas. Cada verso, si no me equivoco, hace lo mismo. Avanza, está a punto de decirnos algo, incluso lo dice, pero inmediatamente encuentra su contradicción, su dicción en contra, que no es otra cosa que el anverso de una moneda mágica. Y, sobre todo,  sonora. Estos poemas, más que leerse, se cantan, y a partir de esa sonoridad deslumbrada, cada vocablo encuentra su eco.

La primera parte, por ejemplo, se llama Balcón, y nada más tranquilo en apariencia que un balcón, salvo que se tope con esta manera de decir un poco esquiva, que tienen estos poemas. Si me permiten, voy a leerles el que abre esta suerte de partitura musical; no tiene título y dice así: nómade / aunque no gitana / anclo en el balcón // tierra firme en el aire / y mis pies ríos / en la baldosa alzada // miro la luna y está llena / ¿va’llover? / ¿se nubla la mirada? // en este puerto que no zarpa / vaivén oscuro / parate móvil // me subo al carro con lonas rotas / oigo ladridos y / cabalgamos.

Como verán, cada verso carga su cuota de sentido, pero al mismo tiempo atrapa en el aire lo que está flotando a su alrededor, y este efecto, en lugar de volver más pesado los versos, los aligera. De pronto tenemos una nómade que ancla en el balcón, tierra firme que está en el aire, puerto que no zarpa y es, sin embargo, un parate móvil. Como si una cosa nombrara siempre su contrario. Las palabras se niegan a nombrar, se niegan a transportar pesados bloques de sentido y desatan, a cada paso, una trifulca, una pequeña revolución.

Voy a través, llama Nora  la segunda parte de este libro, y esa forma de moverse, de viajar, es una clave para abordar su lectura.

Ahí están el río, los hijos, el viaje, la montaña, los trenes, la juventud. Todo encabalgado, roto, fragmentario, fugaz. “Pero igual corríamos, corríamos, dice, mi pecho iba adelante y los pelos los pelos / tenían vida propia / yo los llevaba en mi cabeza / al viento /a veces se enredaban en las ramas /los rulos tironeaban espinillos // (:::) zancadas zancadas / estreno de palabras en el camino / llegábamos al muelle triunfantes / raspones en las piernas / abrojos / astillas de madera / pies pinchados piedritas // zarpábamos / del otro lado los niños / saldrían de la escuela.” Más que poemas, un turbión de frases en contante despegue y a toda velocidad. De ahí que no haya tiempo (como el tiempo estacando que hay en las películas de Bergman) y, por eso mismo, todo fluya en cascada, en medio de las risas, y el deseo, siempre el deseo, como Sofía y Marcello en la película de d’étore Scola.

Derrotero, este segundo libro de Nora Sztrum, es ante todo un recorrido vital que sólo el lenguaje, con todas sus bifurcaciones y aristas, puede poner delante de nuestros ojos. Aunque la palabra derrota refulja en su centro; no importa. El movimiento es siempre hacia adelante. O, en todo caso, se balancea sobre ese instante que contiene, en un mismo relámpago, todo el pasado y todo el porvenir. De cualquier forma, el poema es un cuerpo vivo y vulnerable que atraviesa la sintaxis y el orden establecido, y se llena de raspones, heridas, lutos, abrojos, risas, en incansables escenarios de luz.  

La última parte se llama Rusia, y una vez más las cosas, la lengua se mezcla, de manera que estamos aquí, en esta estepa sudamericana, entre adoquines y “tundras con lirios que relinchan la pampa” y al mismo tiempo allá, en la otra estepa, con toda su nieve siberiana, montados sobre un trineo, “buscando en vano un monumento de Pushkin”. Si cada palabra posee su doble, el yo lírico que habla en estos poemas también. Pienso en Leónidas Lamborghini, pero sobre todo en uno de sus libros fundamentales, Las patas en la fuente, sólo que en Nora la parodia da lugar a la revelación. ¿De qué? De un mundo, de una lengua, de una época en particular (la Argentina de los años 70 con toda su epifanía de batallas y fugas), pero también la actual, porque todo en la poesía de Nora se actualiza, cobra vuelo en el presente, tan inestable como nosotros.

Sobre el final, como una coda, o furgón de cola (¿furgón de fuga?) hay un poema que, con la metáfora de un sueño, la vida como sueño, echa una misteriosa luz sobre el libro en su totalidad. Una estación de trenes, con sus tembladerales de luz, como tienen las personas y los lugares en los sueños, y un boleto y un tren que partió, o que estar por partir, y esa voz que se escucha diciendo “es que perdía el tren / lo perdía…” Apenas una vuelta de tuerca, inesperada, que pone su acento, ya no sobre la vida en fuga sino sobre la fugacidad de la vida. Porque el tiempo corre y ya no alcanza. Por eso escribimos poemas, como locos, y a toda velocidad. ¿No es cierto, Nora?

Osvaldo Bossi
Marzo del 2017