CLEOFÉ
o el antisoneto que escriben las
mujeres
CLeofé, un libro de poemas, pero también
el nombre de la madre, María Cleofé Boglio. No sé cómo lo hace, pero Andruetto
de alguna manera logra juntar las dos cosas. Un libro que habla de la madre (mejor
dicho, donde habla la madre) y un libro que habla de la memoria y del olvido. Un
minucioso trabajo contra el olvido, y a la vez, la posibilidad de olvidar todo
lo accesorio para quedarse con lo que importa. Es decir, soltar
el relato completo para quedarse con algunas hilachas, una brizna de oro.
Andruetto, y la madre de Andruetto, lo hacen, consiguen este milagro. Digo “lo
hacen” ya que, en cierta forma, se trata de un libro escrito en colaboración, donde la
voz de la que habla, si uno se distrae, se confunde. ¿Cuál es la voz de la madre
y cuál, la voz de la hija? La voz de la poeta, en todo caso, no está, o está, pero en un segundo plano, casi invisible. Dice Cleofé: No sé quién soy / no tengo nombre. Esas mismas palabras podrían ser atribuídas a la poeta que, como dice Keats, es nada y es nadie y por eso
mismo puede correrse, prestar el oído y escuchar las voces, los versos que
están en el aire y llevarlos después al papel, interfiriendo lo menos posible. Si el poeta no tiene yo y si yo soy un
poeta, que hay de extraño en que diga no escribiré más, dice Keats. No
escribir más o escribir otra cosa, imposible. A tal punto, que los poemas no
parezcan poemas. No se ciñan a eso que hasta ayer reconocíamos como poema.
Correr el riesgo de no ser entendido, de ser malinterpretado. Igual esto, a la
que transcribe, no le importa: sabe que allí hay un poema. Se lo dice, sobre
todo, su oído de poeta. Así que, violín en bolsa, se pone a un costado y escucha.
Al fin de cuentas, ¿yo no es otro, siempre? Me acuerdo de Idea Villariño, la
suplicante, cuando dice: Yo quiero /yo no
quiero / yo aguanto /yo me olvido / yo digo no / yo niego/ yo digo será inútil
/ yo dejo / yo desisto / yo quisiera morirme / yo yo yo yo. /Qué es eso. Villariño,
poniendo al descubierto ese telón de sombras y ese artificio, ubicado en el
centro de sus poemas. ¿Locura?
¿Desdoblamiento? En Cleofé, por ejemplo, yo es la hija y yo es la madre, como
en esa película de terror, de Alfred Hitchock, ¿se acuerdan?, donde el
protagonista, Anthony Perkins, mata a la madre y él cree que es la madre. Entre
paréntesis, si no me equivoco es la película que más miedo le producía a
Borges, y no sólo a Borges, ¿por qué será? No importa. Que digan que está loca,
que digan que eso no es poesía. Está dispuesta a correr ese riesgo. De otra
forma, para qué escribir. Me acuerdo de Alfonsina Storni y esa ruptura
constante que fueron su vida y su obra. Primero, la poeta romántica, nacida para amar, después la loba (yo fui como la loba / me escapé del rebaño)
después, hacia el final, la espléndida vanguardista, con su Mundo de siete
pozos y su Mascarilla y trébol. Correr los límites, no quedarse quieta nunca.
Arriesgarse con cada poema, con cada libro un poco más. Pasar de la novela a
los cuentos para niños y de ahí a los poemas. De Stéfano a Sueño americano,
de Pavese Kodak a El árbol de las lilas, y de ahí a este
libro, Cleofé, que incluye todo lo
anterior y que rompe con todo de una manera sorprendente. Del poema relato,
como quería Pavese, al poema donde el relato se resquebraja y la voz de la hija
llega, cada tanto, para apuntalarlo. ¿La
lengua materna no es la lengua de la hija también? Lo cierto es que leí tu
libro, Tere, y quedé deslumbrado. Nunca había leído algo así, tan directo y tan
elaborado a la vez. Con esa vuelta de tuerca que le das a la experiencia, que
te permite ver poesía donde otro sólo vería desacuerdo y dolor. De hecho, al
leer tu libro, me di cuenta que con mi mamá, en los últimos tiempos en los que
su memoria, tan frágil, iba y venía como un barquito tambaleante, habíamos
escrito algunos poemas juntos, y estoy seguro que a muchos, al leer tu Cleofé,
le debe pasar lo mismo. Recuerdo uno, muy hermoso, y muy terrible también, que
me gustaría recuperar ahora. Estábamos solos los dos, y ella iba y venía, por
la casa y por el tiempo, hasta que en un momento se detuvo y me preguntó: ¿Vos me extrañás a mí? / Claro, mamá, te
extraño. / Entonces por qué no te casás conmigo? / Porque no puedo, soy tu
hijo. / Ah qué lástima… Desde luego, llamé urgente a mis hermanos, porque
si seguía con ella, solo, un rato más, iba a acceder a todo lo que esa muchacha
hermosa me pidiese. Una madre es una
pasión que no sirve para nada, tiene razón Cleofé. Pero volviendo al libro.
En la primera parte vuelven a estar los poemas relatos, tan conmovedores, que
hablan de los vínculos entre las mujeres de la familia, madres con hijas, hijas
con abuelas, alternando sus lugares, cargándose unas A otras, como esa mujer
colgada al cuello del que habla el epígrafe de Sharon Olds. Otra que, desde su
primer libro, después de hacer un pacto con el diablo, con tal de escribir
poemas verdaderos, rompió con todo también. De ella, me acuerdo muy
especialmente de los poemas que escribió sobre su padre, mientras lo acompañaba
a lo largo de una enfermedad terminal.
Realistas y al mismo tiempo sobrecogedores, de un extraño lirismo. De ese
libro, El padre, acaso vengan los poemas de Andruetto. Sharon Olds, pensé, le tiene que haber dicho
anímate, si no escribís sobre la enfermedad, el hondo amor que tenés por tu
madre, para qué escribir. Lo cual me hace acordar a una frase de Hugo Padeletti
(ya parezco Funes el memorioso, disculpen). Decía Padeleti: Un cuadro viene de otro cuadro, y un poema
de otro poema. Las mujeres de la
literatura, y de la poesía en particular, rompiendo todas las reglas y llevando
adelante una escritura demoledora. Me acuerdo de Susana Thénon, claro, y del Dr.
Jekyll y Mr. Hyde que habitan lo poemas de su libro Distancias, y cómo esas
voces separadas, ese terrible contrapunto entre la buena y la mala, la culta y
la rea, la puta y la madre se reconcilian en un libro que terminó pateando el
tablero definitivamente. Me refiero a su Ova completa, o los huevos llenos,
para decirlo en buen criollo. Te mando en
esta carta dos poemas de la serie "nueva", los únicos hasta ahora que
considero terminados. La serie se llama "distancias" y todavía no
puedo explicar claramente el porqué. Sólo sé que tienen que ver con la
disociación, con la soledad, con la caducidad trágica y tierna del lenguaje,
con la distancia, aún mínima, que existe entre nosotros y nosotros mismos, o
entre nosotros y lo otro. Y pienso en Pizarnik, cómo no pensar en ella, y en
ese naufragio que fueron sus últimos libros (La bucanera de Pernambuco, o Hilda
la polígrafa) para decir lo indecible, para decir lo que no se podía decir y estaba
en el reverso de las palabras, esa nada, ese abismo extraído, como nunca lo
había hecho nadie antes, de esa piedra de la locura que son sus poemas. Oh ayúdame a escribir el poema más
prescindible/ el que no sirva ni para / ser prescindible / ayúdame a escribir
palabras / en esta noche en este mundo. Yo creo que Cleofé pertenece a esa
tradición de ruptura. Se suma a ella y agrega lo suyo. Como el libro Matecocido, de Diana Bellessi: un antes
y un después, donde la poesía vuelve a encontrar su punto de incomodidad, y
hace un piquete, un piquete lírico, sacando el lenguaje de la poesía a la calle.
Como tantos otros libros escritos por mujeres en nuestra lengua. Como mi tía
Marta, Marta Bossi, que escribía poesía cuando era joven y, después (un poco
por su clase social y otro poco por las prescripciones de la época) ya no
escribió más. Sin embargo, cuando supo
que yo mismo quería ser poeta, se alegró mucho. Me acuerdo perfectamente,
estábamos en la cocina de su casa tomando mates y ella me dijo, con su hermosa
voz grave, de pitonisa, como Olga Orozco: De
alguna manera, es como si escribiera yo. Y ahí nomás me acordé de Alfonsina
Storni, para variar. Pudiera ser que todo
lo que en verso en sentido / no fuera más que aquello que nunca pudo ser / No
fuera más que algo vedado y reprimido / de familia en familia, de mujer en
mujer. Sólo que yo no era mujer, era una loca es verdad, pero no era una
mujer, al menos en apariencia. Quiero decir. La poesía no existe hasta que
alguien llega y la pone en palabras. Por ejemplo, si me permitís, Tere, voy a contarte
algo que me pasó hace poco y lo relacioné, después, con tu libro, y que tiene
que ver con la infancia. Pensé que, acaso, tu mamá y la mía, cuando estaban
perdidas y viajaban hacia atrás en el tiempo, cuando hablaban lo hacían como niñas,
eran niñas, con todo el prodigio y el milagro que tiene la palabra en la boca
de un niño. Leí tu libro, entonces, y ahí nomás me acordé (una cosa lleva a la
otra) de que hace unos meses, el 31 de diciembre, después de las 12 de la
noche, con mi ahijada Cata, de apenas 2 añitos, escribimos un hermoso poema en
conjunto. De pronto se largó a llorar y yo le hice upa y la llevé hasta el
patio. Para distraerla le mostré un avión que atravesaba el cielo y después (la
tenía ahí de regalo) le mostré la luna y le dije. Mirá Cata, ahí está la luna,
mirá que hermosa. Una, Una, repitió
Cata, con los ojitos como dos charcos de agua todavía. Esa es la luna, sí, mirá
qué grande, qué hermosa. Hasta que de pronto apareció una nube y se la llevó.
Temí que el llanto de Catalina volviera y le dije que la luna no se había ido,
que estaba ahí, la habían tapado las nubes pero que no se preocupe, que iba a
volver. Y afectivamente volvió, con toda su belleza y su lejanía. Una, Una, volvió a decir Cata, en su
media lengua, sonriente. Si, la luna, a veces parece que no está, pero está; se
esconde un ratito nomás y vuelve. Y
ahora me doy cuenta del sentido profundo de ese poema, escrito entre mi ahijada
y yo. La mamá de ella no estaba ese día, pasó las fiestas en un hospital de la Plata,
cuidando a su hermanito menor, Anton, y, por otra parte, mi mamá había muerto
hacía un par de meses. De modo que ese poema hablaba de la ausencia y ninguno
de los dos lo sabía. En fin, querida Tere, perdón por todo este desvío, este
desorden, pero entre tanta cita no quiero que se pierda lo más importante, y es
esto. Tu libro, Cleofé, cada una de sus palabras, me llegó al corazón. Desde
entonces, no paro de hablar y de hablar. Como un niño, como Cata, o como tu mamá y la mía.
Osvaldo Bossi
Febrero de 2018, Buenos Aires
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