Función de la lírica
Una
vez más, tengo la suerte de presentar un nuevo (y primer) libro de poemas escrito por un
joven poeta, una joven poeta en este caso. El libro se llama “La mancha de los
días” y su autora es Bárbara Alí, publicado por la editorial Qué diría Víctor
Hugo. Aunque no se trate exactamente de
un primer libro, ya que Bárbara tiene inédito un par de libros anteriores y
posteriores, y a veces, la fecha de publicación no coincide con estos datos. De
todos modos, está la novedad y está la experiencia. Está la aparición de una
nueva autora en el panorama de la joven poesía actual, y a la vez, alguien que
hace su propio recorrido silencioso, dándole a su voz una madurez y un peso que
sólo puede venir de este tiempo fuera del tiempo, que es el tiempo de la poesía
por otra parte.
La
publicación de un primer libro, sin embargo, siempre es un hecho extraño y misterioso. Como cruzar una frontera y como romper un hechizo. Para después
descubrir, al fin y en los hechos, que el que escribe es otro, y ese otro está
con nombre y apellido en la portada de un libro y ese nombre, por simple
convención, es el nuestro. Celebro, entonces, como dije antes, que el hechizo
haya terminado, y que los poemas de Bárbara Alí puedan ser leídos y disfrutados
por otros, aun en el dolor, porque el dolor (y sus desplazamientos metafóricos)
es uno de sus temas centrales de esta escritura O al menos, es lo que le da a
sus textos esa perplejidad sombría, como
la de alguien que es arrasado por algo y no puede entenderlo, y se dedica a
construir un prolijo listado de ausencias.
Dije
“dolor” y casi estoy cometiendo una blasfemia, ya que gran parte de la poesía
que se está escribiendo por estos días (escrita por los más jóvenes, insisto)
el dolor es abordado de manera indirecta, desplazado a un segundo plano o
sencillamente abolido, y en su lugar aparece ahora una escena de goce, de
inmediatez sin fisuras, donde el humor, en todo caso, ocuparía su lugar. Aunque entre el luto y la fiesta quizás no haya tanta distancia y sólo
sea una forma, entre tantas otras, de enfrentarse a ese algo “innombrable”, que
estaría en el centro de todos los poemas y que ninguna escritura puede tocar
directamente. Incluso en estos poemas de Bárbara, tan
intensos, que
parece rodear de cerca un núcleo fatal, incandescente, la distancia y el
merodeo están, como una danza, que coquetea con el fuego y al mismo tiempo se olvida
del fuego Aunque su apariencia tome, como
en este caso, la forma de una obsesión. No importa. Sin olvido no hay espejo, magnificencia. Es decir, no hay poema. Y es de poemas, en definitiva, de lo que
estamos hablamos. Nada más y nada menos que de eso: poemas. El único fuego que
podemos experimentar y conocer y tocar, con nuestras propias manos, sin
destruirnos.
El libro empieza con una simple constatación, algunos versos distantes y objetivos que no escapan al lugar común, y que dicen
así: Eso que ves ahí / ovalada, imperfecta / sucia / es la mancha / que fueron
dejando / los días. La mirada se detiene sobre el objeto que, una
vez nombrado, no podrá olvidar, fijando la imagen, sus coordenadas, la primera
piedra de un edificio desquiciado que terminará por quitarnos el sueño. (Pienso en esa moneda o zahir que invade, como una pesalilla, el cuento de Borges). Por
otra parte, esa falta de sueño, ese desvelo, esa cosa que no se puede olvidar y
que está en todas partes, de distinta forma, esa atracción por el abismo, esa
ventana que se abre, no hacia afuera sino hacia adentro, es el tema de este
libro, pero sobre todo es la voz de este libro, que va y viene, resuena, en el interior de los textos. Una voz pequeña y serena, de versos que buscan el margen
izquierdo para sostenerse, que cuanto más se aleja más se acerca, perdida en un
remolino de especulaciones, que son la cosa misma y su fantasma.
Y
hablando de fantasmas. La sombra de Pizarnik sobrevuela este espacio encantado donde se vuelve
prácticamente imposible olvidar. Aunque algunos muchachos prosaicos y "objetivistas" no lo puedan entender (y se burlen) esa
manera de acercarse a la lírica, como una exploración del yo y una manera
de trascenderlo, sigue estando en los mejores poemas que se han escrito en los
últimos tiempos, y no sólo por mujeres. Búsqueda de una subjetividad que equilibre
las fuerzas que componen el mundo, pero también enmascaramiento, osadía verbal
y espejo que vuelve a cuestionar la realidad, haciendo visible lo invisible, que es
una de la funciones más revulsivas (y revolucionarias) de la lírica, después de todo.
Dentro
de esa tradición se escribe este pequeño y hermoso libro de Bárbara Alí.
Si la angustia es la palabra que no se nombra en la escritura posmoderna
(pienso en Aira que, entre paréntesis, escribió un libro muy ingenioso sobre
Alejandra Pizarnik, y en donde se nota que nunca la entendió), en la escritura de estos poemas, por el contrario, es el motor y la
llave que abre todas las puertas, o mejor dicho, la ventana que da a
nuestra propia interioridad. Como lo dice, tan claramente, en el fragmento con
el que se cierra este libro. Cito: Hoy / después de tanto tiempo /
recordaste tu sueño / alguien te decía / que si mirabas bien / la mancha tenía
la forma / de una ventana / que sólo da / hacia adentro. Más que un cierre, una apertura y una definición poética.
Pero, para ir cerrando, y como hay otros presentadores, y estará la propia Bárbara leyendo sus poemas, prefiero dejarlo acá y dar paso a otras posibilidades y lecturas. La mía se encuentra, en todo caso, no sólo guiada por el cariño que siento por la persona de Bárbara, sino por el asombro y la felicidad de unos textos que fui descubriendo semana tras semana en nuestro taller, donde una muchacha tímida, y un poco lejana por fuera, vivía una experiencia poética de la cual este libro es solo una aproximación, la punta del iceberg. Ojalá vengan otros poemas y otros libros, así la seguimos leyendo y temblando de miedo, de amor, de asombro, de oscuridad, entre un abismo y otro, que es la medida (la más precisa que yo conozco) con que la poesía se aproxima al mundo, se aproxima a la realidad. Porque, contrariamente a lo que piensa la mayoría, si alguien conoce un poco la realidad son los poetas. Y no los poetas realistas precisamente, sino la lírica en todas sus formas, como lo demuestra este libro revelador, en más de un sentido. Muchas gracias.
Osvaldo Bossi
noviembre de 2016
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