Escribo tu huella en la tierra del poema
Desnudez
Fue preciso abrir un surco:
imprudente vacío
como se siembra un colmillo
sobre la piel callosa de la luna
cavar el pozo, en secreto
donde arrojar la cara y seca, cosechar
el nido del agua que salpica
el sueño
tapar los espejos para seguirte, lazarillo
maestro de la belleza de nombrar
lo que me falta
y renunciar a tiempo (porque eso apremia)
a la obscenidad de andar vestidos
con ropas ajenas
¿Acaso no es el otro nuestro ropaje?
¿La otra que fui para encontrarme
a mí en tu rodeo?
Mejor la desnudez, decías
Te sienta bien abandonarte al riesgo
de no pertenecerte.
Por todo esto ya no temo a la muerte
sino al hábito
de una vida desapasionada.
La
piel de la oruga
Así como la ninfa
yo también tejía
ese capullo negro
en el corazón de la
noche
del derrumbe
trenzaba los hilos
de mis largos cabellos
alrededor de tus dedos
ya estaban humedecidos
de tanto escarbar en mi
nombre
caído en esa grieta de
luz
que unía y separaba tus
labios
de los míos
no usabas alianza en
ese dedo
pero mis hilos
quizás demasiado
frágiles
aún se cortaban
a la tercera vuelta
y tenía que volver a
empezar
como si yo también
cayera
del borde de tu tiempo
Así como la ninfa
yo también
me bajaba despacio
el vestido como la piel
de la oruga
deslizándose
hasta tocar ese final
de cuento
anunciado hasta el
hartazgo
y aún así
igual que ella
vi con horror la pausa
el vestido,
muerto en la mitad
del cuerpo,
descubriendo a medias
lo sensual, lo trágico
del amor
cuando no se termina.
Polvo
amarillo en el viento de la noche
A Zeus
La casa se llenó de
polvo amarillo
era otoño, en la
ventana golpeaban las luces
del último día
fingí mi propia
ausencia con un grito
feroz como los que se
pelan cuando hierve
la sangre y se
oscurecen las calles
sujetaba entre mis
dedos el temblor
animal en celo
cuando arrimé los
cuerpos: la fragancia, la pinza del pene
hasta acalambrarme las
manos
con sus suaves
lentejuelas
llegaste esquivando los
cables
un planeador de hueso,
de caída
viniste a morir en tu
hembra
a esparcir tu siembra
sobre el terremoto
antes de caer vuelto
cenizas o harapos
pero no pudiste, yo
tampoco
supe encontrar las
venas de las hojas
la fórmula contra el
olvido
te devuelvo al aire con
un beso
que suelto entre tus
alas
detrás de tu muerte
acaricio la cicatriz
del árbol
donde escondiste tu
alma, amarilla
la mordida de las
flores
derramo mis ojos en el
cielo
un incendio, pulpa
cadavérica de estrellas más viejas
como hijos que devoran
la carne de sus
ancestros, su ademán
tiemblo, te apagás como
el árbol que desaparece
bajo su sombra tendida
al sol
escribo tu huella en la
tierra del poema
abro mis manos
polvo amarillo en el
viento de la noche
te veo volar.
Pasaje
Una polilla se apagaba
se dejaba estrangular
por las horas
agarrada a la pared de
la sala de hospital
donde los vientres
estaban a punto de
abrirse
supe que aun con su
agonía a cuestas
quizás debido a ella
era todavía parte del
mundo
porque al tocarla con
mis yemas sentí
la gamuza de su cuerpo
recibirme humana
en su ser de insecto
¿te conté que antes de
morir,
cuando no se aparean,
se vacían el útero de
huevos
que están vacíos?
Estaba en eso cuando la
acosté en mi mano
y el suyo era un cuerpo
en coma
que reconocía la piel
con un profundo
silencio
¿te dije que sus alas
huelen como el polvo
acumulado sobre los
muebles
después de una larga
ausencia?
¿que es preciso
desplegar muy grandes
los párpados para ver
el salto inaugural
que la devuelve añeja,
recién nacida
a la caricia del
crepúsculo
guiando su último vuelo
de regreso a la tierra?
Melisa
Mauriño
Nació en la provincia de Buenos Aires
el 13 de diciembre de 1985. Es Licenciada en Psicología egresada de la UBA.
Hizo su Residencia en Psicología Clínica en el PRIM Hurlingham y actualmente es
residente de la Residencia post-básica interdisciplinaria en Cuidados
Paliativos en el hospital Tornú. Escribe poesía y narrativa. Ganó el primer
premio del 1er. Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer
libro “La piel de la oruga”.
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