jueves, 23 de junio de 2016

ARTURO CARRERA


Son bellos como la lluvia




El Principito

...llegó, llegó el Principito. Su color, su dibujo.
Ese azul que no querías pesar
y ahora está en tus pesadillas;



ese amarillo de saturno y los planetas y las lunas
y los cráteres de mazapán de pastillaje de espuma.
Y tu sonrisa y la de él al decirme
que sólo leyeron “eso” —y tienen 20 años—:
El Principito.



Qué orgullo. Qué dichosa vanidad.
Qué inocencia sinuosa, dentada,
como explicó el poema mismo
William Carlos Williams:



una estructura de dentadas sicigias
¿qué?



¿pero qué son las sicigias?



¿el lugar donde toda palabra se evade
y se extravía? ¿Consonancias que nos buscan?
¿Un sitio, un refugio de inseguridad
aquí en el campo?



¿Las soñó Lewis Carroll también para
el secreto juego de sus niñas?
¿Las traemos cambiadas en tenuidad
para embaucar el tiempo desesperado
de cada interrogación?



roncas en voces —del agua de la pena.



Tentativas de adormecimiento del dolor
por la imitación veloz que encaran
en la apariencia,



por cierta armonía escondida aún
y cierta simetría de lo aparente.



...y dentro de ellas la espuma del secreto.
Todo parece juegos del amor, y angustias
sin tristeza, sin memoria siquiera…



El movimiento y la más pura vida
con todas las impurezas de un lenguaje.



El ajetreo de un plumón enemigo
haciendo sombras falsas en el hablado teatrillo
callejero: y allí,
la belleza custodiada
por niños.



Retenida en las palmas rosadas
como cadenas mínimas de destino;
abiertas al tokonoma de unas marcadas líneas,
a pesar de la corta edad;



¿por qué ese anhelo entonces,



por qué ese insomnio?




Son bellos como la lluvia



Y sus palabras nos llegan apenas
a pesar de los llamados distraídos y ajenos
como el del horno microondas al alba,
cuando adentro quedó olvidado un plato
de comida...



y llama y llama con un silbido práctico
pero molesto en su pregnancia maternal
desde la materia que parece decirnos
técnicamente todavía: “...vengan chicos…
vengan a tomar
la leche, que se enfría...”



como único librito que uno pudiera soñar
con suerte



Dado que ellos no leen por hambre
por obstinación



Dado que buscan sólo el azar
de una inocente (encerrada) mentira:



el amor, la ciencia perdida...



Dado que aquí y allá su alegría rebota;
su movimiento de botones alineados
disipa en nubes hermosas el paso del cielo,
el paso de sus propios cuerpos
abultados y perfectos.



Y de pie sobre la luna,
con una espadita,
aunque la escala no es Uno en Uno,



vestido de marinero como solían vestirte a veces
cuando la Moda visitaba tu casa,



o cuando asediaba en casa de tía Marta Espezel.



¿Y cuántos principitos éramos?



Pero había esos azules como trazados de un pincel
solitario y gomoso...
En cualquier lugar y en cualquier extremo
aunque éramos nosotros niños,
nosotros marineritos estúpidos
en la marea de la Moda
abrazada a la Muerte.



Y algo había colgado en el balcón: un libro
de geometría



hechizado de error



hasta que se desarmara totalmente y poco a poco
hasta que quedara desmantelado como
el corazón de la abuela del César
y nadie lo pudiera descifrar
ni leer.



Y aunque en Arles en el Espace Van Gogh
vendan miles y miles de principitos
en valijas diminutas y mochilas para niños,
pintados en lápices, en cuadernos, en libretitas,
en bolitas, en gomas de borrar,
en jabones pequeños con calcomanías
y hasta que lleguen ya vencidos a otros mundos y
hasta que el agua y las pequeñas manos y la piel
de unos ángeles famélicos los borren.



Yo no sé leer poesía.
Yo no leí más que El Principito.



Soñando escuálidos príncipes de abdomen de sapo
por hambre, por insolación.



Oh,
Van Gogh,
tus niños todavía no huyen.
Soldaditos como son.
¿Para qué?



Son colores sedentarios



Están acá entre pastos lila
y pajas entre minas
que no estallaron todavía.



Moral del Principito.
Visible estolidez de los principios reales.
Los ojos.



La noche del Principito
aquí entre las golondrinas silbonas
que no se quieren acostar



y el silencio,



las nebulosas en enjambres,
las gigantas azules en el cielo paciente.



¿Para qué?



Lo esencial es invisible a este mundo.



la gracia de unas formas vendemos en el venero
de las carcajadas



El libro que ellos ya no miran.
El único que leemos



el que no mirarán:
el dolor del firmamento donde grita el Principito
amoral como un bebé



...entre cigarras de una cajita china
que también cantan muy roncas con la luz
y se activan con la alegría sin límites de la luz
como cigarras verdaderas que no paran de cantar,
que cimbalizan más y más en la clara sordera,
y más que todas las ranas
en una noche de Pringles...



Esta noche.



Una alegría
que no es también un gran temor
sino cosquillas de usura. Esta noche.



El Principito —el Principito llegó
pintado por Kuitca
al bazar de Librería Corujo:



entre tractores para cortar el césped,
cocinas Longvie e inteligentes lavarropas
y unas agendas Palm, y unas compu Compak,
y las Singer de liquidación
por la quiebra que sufrieron;



“…pero las guitarras eléctricas siguen caras igual.”



Había entre tanto
—pero ¿lo vi, yo?—,
un acordeón de juguete que me encantaba,
forrado en metálico papel de bombón
y el fuelle rojo. “¡Estaba acá!”



Estuvo entre los tarros de lechero de juguete
hasta que alguien lo compró.



¡Parecía tan estruendoso y trágico!



—¿y El Principi...?



—“No sé... pero... aún es amarillo el borde
del cuello del capote...
¿Ves?”


Arturo Carrera
De "La inocencia" (Editorial Mansalva)




1 comentario: