Sobre “Tres” de Osvaldo
Bossi
(Caleta Olivia 2016)
Existe una poesía que habla
acerca de una gran verdad. Poemas que nos cuentan de qué se trata el mundo, o
nos explican la muerte, o incluso, nos enseñan a amar. Afortunadamente, existe
también otra, que sin pretender decir una verdad, deja entrever algo verdadero.
Éstos son los versos que me convocan. Quiero decir, no un poema que me enseñe
una verdad sino que me transmita, más allá de sí, algo del orden de lo que es
verdadero, para esa voz y en ese momento.
Me alegra poder decir
hoy acá que la lectura de “Tres”, de Osvaldo Bossi, me fue llevando por un
discurrir de imágenes que de distintas formas me acercaron a eso. A medida que
leía los poemas del libro fue haciéndose más y más presente en mí la idea de
una cierta distancia. Sí, una distancia, como una separación, a veces más
presente, como si estuviera directamente hablando de ella, y en otras ocasiones
de forma más sutil, imperceptible. Y esto fue, de a poco, tomando forma de
pregunta.
¿Cuál es el
desacoplamiento entre mi doble y yo? Dice la voz en el poema: “Nunca estuvo más
lejos de su cuerpo/ como ahora que lo tiene”; “Tengo el rostro de quien/ es
rebasado, por ser dos en sí mismo/ El otro se alejó, para que hablemos/ Es
tanta su hermosura.” Los primeros versos del libro dicen así: “un hombre que
ama a un hombre/ que ama a una mujer, está acorralado”. Y uno vuelve sobre este
acorralamiento que luego se arrastrará atravesando los demás poemas, y al mismo
tiempo se pregunta ¿qué los une? A esos hombres, a ese hombre y a esa mujer.
¿Qué une a ese amado y a su amante, a la mujer y al mismo tiempo, a la doncella
que él mismo es? Y sobre todo, ¿qué los separa? Porque en esta línea me puse a
pensar ¿de qué distancia se trata en la experiencia amorosa? ¿Cuál es la desunión
entre los amantes? ¿Existe siempre? La lectura de “Tres”, y al mismo tiempo de “Fiebre”,
“Valdemar” y “Telémaco” me lleva a interrogar todo el tiempo ese estado de
acorralamiento y ese desglose que aparece entre la realidad tal como se nos
presenta y el deseo de cada uno. Hay, a lo largo de estas líneas, un trazo que
nos permite orientarnos en qué cosas afinan o ensanchan esa abertura, al mismo
tiempo en que la pregunta insiste.
¿Cuál es la distancia entre
estar vivo y estar muerto? ¿De qué está hecha? Porque no es lo mismo estar vivo
que sobrevivir, y eso es algo que se hace tangible en los poemas de este libro
en donde la voz no retrocede, ni siquiera cuando está en el límite, empujada
sobre ese umbral desconocido que es la muerte. Dice en “Telémaco”: “Quizás esté
vivo en otra tierra/ o quizás esté muerto”. ¿Lo ven, cómo habla de algo
verdadero sin por ello decir una “gran” verdad?“Quizás esté vivo en otra tierra
o quizás esté muerto” expresa, en mi opinión, cómo esa separación, esa
diferencia, se presenta como desconocimiento. Y como he dicho, quizás estos
poemas sean el trazo, o el sendero que nos permita guiarnos a medida que nos
encontramos, una y otra vez, con la experiencia del desconocimiento.
¿Esto es amor? ¿Estoy
vivo o estoy muerto? La presencia de lo verdadero, eso que a mí me convoca en
la poesía, aparece en la forma en que el poeta y los versos dan cuenta de esta
experiencia única, sin por eso ser pretenciosos ni arrogantes. Lejos de toda
pedantería, los poemas de “Tres” transitan la línea de la humildad cuando, en
lugar de enseñarnos a amar, nos muestran, por ejemplo, cómo se ha amado y cómo
se fue anudando y desanudando esa experiencia. Esta voz rehúye de la soberbia cuando
en lugar de explicarnos la muerte, nos cuenta cómo y de qué forma se ha vuelto
de ella. No olvidemos, después de todo, que éste es un
libro de amor, como escribe Osvaldo en “Fiebre”: “no hice más que pedir amor/
Lo hago hasta que el corazón/ se me rompe. No siento vergüenza”.
No olvidemos tampoco a ese
personaje que Diana Bellessi invoca en el prólogo y que es Orfeo, paradigma si
los hay en el intento de salvar una distancia. Osvaldo, queridos amigos, tiene
entre sus dones el poder de convocarnos, a cada uno, con la presencia de su
voz. La voz del poeta Bossi, que como un bálsamo, es capaz de ir por nosotros
en esos momentos en que estamos rodeados de oscuridad. La voz de Osvaldo y sus
palabras son capaces de rescatarnos, incluso de nosotros mismos, y nos sirven
de guía a través del vasto Hades que en ocasiones puede ser el día a día.
Osvaldo, como Orfeo, suena su música templada para traernos de regreso, como
hace tantos años supo hacer él, y para acortar esa distancia insalvable con la
que, sin embargo, es posible y es necesario convivir. Quienes alguna vez lo
hayan escuchado leer, sabrán que no miento.
Manuel Sánchez Ruiz
Agosto de 2016
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