miércoles, 24 de agosto de 2016

CLAUDIA MASIN

Hoy vi na flor idéntica a una estrella


Potrillo

Cada uno carga su familia como los mendigos sus bolsas raídas,
esas cosas que ya no sirven para nada, 
pero no se pueden abandonar: son parte del propio cuerpo,
del camino recorrido. Es difícil soltar lo que nos ha acompañado
tanto tiempo, aunque lastime y agobie, y la espalda se incline
bajo el peso. Como si fuéramos la muesca diminuta
sobre el arma disparada en un pasado remoto,
en una tierra desconocida decidieron por nosotros, antes
de que naciéramos, hasta los muertos que tendríamos que llorar.
Pero si nos acompaña una multitud a cada paso, pienso,
el aislamiento no resuelve nada. Ni construir una cabaña
con las propias manos en el monte impenetrable,
darle la espalda al mundo y a los demás, volverse un paria
que ha rechazado su lugar entre los otros
para quedar libre de una deuda
que de todas maneras va a tener que pagar. Entonces,
si los cuerpos reunidos al principio
quedan atados por un nudo que atraviesa el tiempo, una cuerda
increíblemente firme, imposible de desatar,
¿cómo ser en la vida algo más que una especie
de fenómeno natural: un latigazo del cielo, un rayo 
que destroza sin razón y sin sentido, o al revés,
una lluvia suave que reverdece el campo seco y trae alivio
a los cultivos casi muertos? Es decir,
¿cómo ser algo más que un impulso ciego
que actúa sin voluntad de hacer el bien ni el mal,
por pura inercia desprendida del pasado, de los terrores,
los deseos, las pasiones de la tribu?
A veces creo, pero es una cuestión de fe, no sé si es cierto,
que se puede construir una familia a partir de cosas ínfimas
que no forman parte de la historia contada
a través de las palabras o del cuerpo de los que amamos.
Que podríamos descender en el tiempo
hasta el instante en que aún no habían empezado ni la fealdad
ni el miedo, a través de una memoria física que nos devuelva
la humilde y pura gracia de respirar. Hablo
de atarnos a detalles tan insignificantes que no serían jamás
parte del drama y por eso mismo no podrían
convertirse en el hueso de tu infelicidad.
Sería tan distinto, claro,
si tu familia fuera el día en que conociste el verano,
la primera experiencia de alegría bajo un chorro de agua
en el sopor pesado de la siesta, el olor de la tierra mojada
y el contacto del pasto en los pies descalzos. La risa, levantándose
como la bruma del calor hacia lo alto. Si fuera tu destino ese punto
del pasado, ese resplandor que quedó grabado a fuego,
clavado en tu carne como la herradura en la pata de un caballo joven,
de un potrillo que en el momento de entrar al establo
se retoba y corre y es capaz de fugarse de la vida que le espera.


Abeja    

La vida está en otra parte
Arthur Rimbaud

La condición no se cura pero el miedo a la condición es curable
Clarice Lispector


Como la abeja que llega al panal
y encuentra las funciones ya asignadas: la reina, los zánganos,
las ninfas, las obreras, viniste a cumplir tu tarea
y retirarte. Raro es decir que no, y más raro todavía escaparse.
¿Qué hay allá afuera para los renegados? ¿Soledad, incertidumbre,
miedo a haber quedado sin protección ni casa? Hoy ví una flor
idéntica a una estrella, estaba en medio de un terreno abandonado,
y como buena flor silvestre crecía exuberante,
desmadrada. ¿Qué hacía en medio de un baldío una flor
que imitaba a una estrella? Yo creo que era tan hermosa
porque no servía para nada. Es decir, no duraría más de un rato
viva si la arrancaran, no podría venderse ni comprarse,
no tenía ninguna función en el ecosistema,
ninguna criatura la extrañaría si faltase. Y sin embargo
cada tarde, cuando se iba la luz,
empezaba a recortarse en el pastizal:
parecía que estaba sola y que brillaba con luz propia,
y si me dijeran que en ese momento del día el universo
giraba alrededor de ella, lo creería:
los que se apartan de la ley que los obliga
a estar mimetizados con su entorno, tienen un resplandor
intenso y breve. Ser raro es dejar de ser reconocido
por los del propio clan, y ya se sabe
qué pasa con el que no tiene la aprobación de su especie.
Da miedo renunciar a la esperanza
de la normalidad: soñar con que alguna vez aceptaremos
que se debe tomar lo que hay, atarse a eso
con desesperación, quedarse en la familia, la patria, el amor,
el odio que nos dieron. Pero la vida que nos toca es ajena,
una bomba que llevamos encima y nos ha minado el cuerpo:
estamos paralizados por el terror a que explote
cada vez que tratamos de renunciar a ella y encontrar en otra parte
una vida que se nos parezca.


Claudia Masin
De “La cura” (Hilos, 2016)




1 comentario:

  1. Que coincidencia, lo que es la sincronía, como uno abandonado puede estar habitado por su miel o su infierno, y pasado el tiempo descubre que eso pasaba en otro sitio, se hablaba de otra manera, es el descubrimiento de que uno no esta solo.

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